14/6/07

REFLEXIONES ANTE LA REVOLUCION MAIRENISTA (3)



Manuel Martín Martín

A tenor de lo expuesto, pienso que sin un estudio serio y profundo del mairenismo es imposible hacerse una idea adecuada de su influencia en el Cante. De todos es sabido que hay dos modos de adquirir conocimientos flamencos: por estudio razonado y por experiencias vivenciales. Ambas metodologías nos las proporciona el mairenismo, pero introduciendo una variable primordial que ya destacara Roger Bacon en sus meditaciones pedagógicas: «no basta el razonamiento, sino la experiencia». Y la experiencia, acumulada y sentida, es la que avala, refuerza y da autoridad a la obra del Maestro, sirviendo de sostén para una considerable parte de los cantes más bellos y grandes de la movida festivalera y de las impresiones discográficas de estos últimos años manen de esa fuente de aguas torrenciales que nos suministra el mairenismo.

Pero juzgar al Maestro sin antes empaparse de sus duendes o de sus misteriosos y profundos sentires gitanos es tan insustancial como juzgar la pintura por sólo los colores mezclados en la paleta. Porque Antonio Mairena no sólo se preocupó del embeleso sonoro del cante gitano-andaluz, sino también de la fuerte carga emotiva que lo caracteriza. El mundo de los matices que descubre o ilumina, la contemplación de la divina belleza y el sublime ordenamiento que suscita, la armoniosa conexión con la pureza que entendemos por clásica, la infinita jerarquía que establece ante los mediocres oficialistas y la evidencia absoluta de las creaciones y recreaciones que nos brinda, son los más probados motivos de esta universidad de Cante que ha dado derecho al respeto humano y a la dignificación de un Arte que hoy en día es inatacable e inigualable.

A mayor abundamiento, la obra del Maestro de los Alcores siempre deja algún valor permanente incluso en la persona que sin profundizar en ella menos simpatía le cause, pero a buen seguro que cuando encontramos un punto débil, inmediatamente surgen dos puntos sólidos a los lados. Esto hace que nunca quedemos defraudados ante la escucha de su cante, porque Antonio Mairena siempre intentó unir la verdad pura del Cante con la belleza y grandiosidad del mismo. Aquí, queridos lectores, se resume perfectamente la personalidad de un Maestro irrepetible que impuso una forma de pensamiento y comportamientos jondos, demostrando que su verdad era uniforme y universal, y dejando patente que el mairenismo, como símbo1o y tragedia del pueblo gitano-andaluz, no sólo es música para los oídos, sino también para el alma y el corazón.

Alguien pudiera pensar que todo esto es una irracionalidad; y yo me pregunto, ¿qué no lo es en el mundo vivificador y creativo del Arte Flamenco? No obstante, el mairenismo no es el quite soñado de Curro Romero. El mairenismo es una revolución real, una revolución vanguardista (marca un camino de apertura hacia otros horizontes y nos llevan a las más altas cotas del progreso jondo) y una obra maestra (espejo vivo de nuestra emotiva cultura flamenca), que está ahí y es imborrable, aunque para entenderlo y comprenderlo haya que sentirlo, ceñirse a su profundidad y transparencia, y amonarse con sus ecos incomparables, con sus silencios maestrantes que lo sitúan en la cima de la segunda mitad de este siglo, ya que es modelo y meta a seguir por los cantaores.

Mas, considerando que lo episódico pierde terreno ante lo sustancial, hay un hecho de capital importancia. Gracias al arrojo de Antonio Mairena se manifiesta una clara voluntad de perspectiva flamenca. La profesionalidad que subyace en su obra se aplica a sus cantes que día a día iba modificando y reconstruyendo (de esto puede dar fe mi modesto archivo que se ve honrado con miles de metros de «cintas de tanteo»). Ello no le permitió pasar ningún día de su vida sin dotar de cuerpo a músicas diseminadas y abstractas, sin descubrir un nuevo tercio, restaurar estilos perdidos en el tiempo y construir arquitectónicamente nuevas y precisas melodías, orgullo y gloria del cante gitano-andaluz. Y todo por mor de un hombre que se encontró en el verdadero ápice de su fama trabajando infatigablemente y con igual energía hasta el final, a la edad de setenta y cuatro años.

(continuará)

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