21/4/07

TEXTOS Y SAQUEOS

CANDIL 22, julio agosto 1982



creo que es la primera vez, que conscientemente aporto un comentario personal, mas allá de la perseguida trascripción formal de los textos de CANDIL. Pero es un Editorial del año 1.982 el que llama la atención sobre un verdadero acto de piratería cultural (de mayor calado que el que la SGAE define y persigue)... veinticinco años después, se sigue practicando con absoluta impunidad y aún mas, con la complicidad del Ministerio de Cultura, que en absoluta dejación de sus funciones de control, prefiere cultivar esa "rentabilísima" relación con la SGAE, antes que cumplir con su obligación ante tantísima poca verguenza de sus "amiguitos"...

en la creciente bibliografía que vengo manejando en este ilusionante camino de aprendizaje, es casi imposible encontrar un solo texto completo de cualquier cante popular flamenco, porque algún desaprensivo lo ha registrado a su nombre y pone peaje a su edición... únicamente la oreja del que escribe, sirve para dejar testimonio de unos versos que del pueblo han nacido y al pueblo se les niega.

el expolio del patrimonio inmaterial del flamenco, constituido principalmente por los textos populares que durante tanto tiempo, nuestros esforzados antólogos (con Demófilo a la cabeza), legaron a la ciudadanía, lejos de perseguirse y condenarse, ha alcanzado cotas de verdadero escándalo... con la actual situación en la mano, Demófilo habría acabado ante los tribunales, por reproducir en su seminal, antológica e imprescindible CANTES FLAMENCOS (1881), las cosas que canta el pueblo y que unos cuantos delincuentes que a si mismo se denominan artistas, hubieran registrado a su nombre... nos roban a nosotros y roban el patrimonio inmaterial del flamenco... los autores que plagian y registran a su nombre, la SGAE que los cobija y saquea sus botines impunemente, el ministerio de Cultura que mira para otro lado, la in-justicia que no encausa, ladrones, mafiosos, prevaricadores!


EDITORIAL

El número de «CANDIL» que presentamos a la atención de nuestros lectores, de algún modo, puede calificarse como monográfico, ya que en gran parte está dedicado a la letra flamenca, al texto literario que se dice con el cante.

Si somos sinceros, hemos de confesar que a priori no estaba en el ánimo de cuantos hacemos «CANDIL» dedicar las más de sus páginas a una serie de estudios cuyo eje central es la «1etra». Sin embargo, en curiosa coincidencia -que muy bien puede denotar actual sensibilidad por la problemática, mundo y formas de esa gran postergada que es la copla- nuestros colaboradores han confluido abordando desde los más distintos puntos de vista algunos aspectos esenciales de elIa, cancioneros, letristas, etc., etc.; unos trabajos que, si bien en su conjunto no abarcan de modo total la amplia casuística, realidad, historia, sentido y fin de la letra, sin lugar a duda alguna, ofrecen aspectos esenciales de la misma en variado mosaico. De aquí que, a la vez que nos complacemos en presentar este número, dejemos expresa constancia de que parcelas fundamentales de la letra no han sido analizadas, o sólo han sido rozadas de modo tangencial; por lo que, en cuanto nos sea posible y dado el constatado interés por el tema, volveremos a su estudio que, en honor a la verdad, nunca estuvo ausente de las páginas de «CANDIL».

Pero existe un punto rechinante que no podemos posponer. Un tema nada novedoso y ya denunciado con la acritud que merece en numerosas ocasiones y que, por desgracia, no seremos los últimos en denostar. Nos referimos al indecente expolio del cancionero tradicional, anónimo y popular; a la impune apropiación de textos ajenos, a su copia descarada -algo bastante más deshonesto que el plagio-; a las ligerísimas modificaciones de textos históricos o de autores conocidos, para conseguir con malos camuflajes algo que no les pertenece. Ante tanta sucesiva desfachatez y alarmados por la apropiación indebida de un bien público, fruto de la hermosa historia cantaora, a la vez que alertamos a las instancias que corresponda, recusamos públicamente a aquellas personas que, por enloquecida vanidad o por obtener dinero con lo que nunca fuera suyo, registran como propias a canciones anónimas, populares, o de autor cierto; repulsa y reconvención mucho más firme cuando los irresponsables de este filibusterismo literario -que no «picaresca flamenca»- son personas vinculadas a nuestro nobilísimo y maltratado arte.

19/4/07

TIO GREGORIO, EL BORRICO DE JEREZ (y II)

-A Chacón, supongo, lo conoceria usted.

-Sí, lo conocí en la plaza de toros donde cantó una vez. Ya estaba viejo y calvo perdío..., me acuerdo que dijo: «Señores, yo soy de Jerez, tengo mucha edad y ya no soy el Antonio Chacón. Bueno, creo que siempre soy Antonio Chacón, vamos a ver cómo sale esto».

-¿Seguro que él dijo que era de Jerez?

-Segurísimo que dijo que era de Jerez, y que de chiquitillo era zapatero remendón. Medio Jerez andé yo pa escuchar a Chacón, que me costó hasta una pelea con mi mare, pobrecita, que en gloria esté. Volví a mi casa a las cinco de la mañana y, además, iba más que tocaíllo porque ponían una bota en el parque a tres chicas el vaso. Estábamos el Tío Pauta y yo, los dos solos cantando y venga cantar. Cuando llegué al cortijo le dice mi mare a mi pare: «Tati, ahí tienes al niño». Y me dijo que me acostara, pero no dormí más que una hora porque mi padre me llamó enseguía pa que le echara a los mulos. Mi padre, dándome en el culo pa que me levantara, y yo que no quería. ¡y el me dijo: «¿no quería usté ver a Chacón?; pues, venga a arriba. Aquí tiene usté a Chacón. Arriba, que no te lo diga más». Y fui a por agua, y trabajando... que llovía, me acuerdo, más que na. Me puse el capote de agua y al campo.

-Tío Gregorio, ¿de todos sus cantes, cuál es el que más le gusta a usted?

-El cantar por soleá, que es el más difícil de hacer, que es mucho más difícil que el cante por siguiriya. Porque el cante por soleá es ligado, de mayor a menor, y el cante por siguiriyas es de tercio: puedes dar vocinazos, pero te da tiempo a resollar. Ahora, la so1eá hay que ligarla.

-Tengo entendido que usted es autor de algunas letras...

-Yo sí, pero una vez, cuando fui a grabar que me dijeron que si tenía. Entonces le saqué una letra a mi mujer, de cuando yo le hablaba en el campo:

Eché leña en el corral
por ver si tú me querias
ahora veo que no me quieres
dame la leña que es mía.


Esto es que yo me acordaba de que en el corral yo le hacía cosquillas -ya sabes, esas cosas, cuando uno le habla a la novia-, bueno... Después saqué otra por soleá:

En el campo me críé
y yo me enamoré de tí
como éramos chíquillos
te dije que pa jardín.


-Gregorio, usted, que tiene más de setenta años, podrá decirnos si ha cambiado el cante desde que lo empezó a vivir.

-Ha cambiao por completo y te lo digo, que yo no me tapo: hoy no se canta na más que cuplé, como ese que hace El Turronero: « ¡Me asomé a la ventana, la tiré por la ventana...! «Vamos, usté me dirá. Después están los fandanguillos de hoy; eso sí, tienen mucha fuerza, mucha habilidad, pero... Aunque a mí el fandango no me ha tirao, eso sí, me han tirao el fandango de Manué y el de Cepero y... el del Gloria.

Yo no sé si en la gente joven hay madera..., pero poquita madera. Pueden que lleguen a más, cuando con la edad avancen un poquito irán comprendiendo el cante. Pero, oye, hay unos pocos de locos en la juventud.

Y yo en Jerez veo el flamenco un poco decaído; además, a nosotros no nos echan cuentas... porque no cantamos como los jóvenes, pues no se acuerdan de nosotros ni pa echarnos un vaso de tinto... A mí no me importa decir las cosas porque son verdad.

-No sé si le parecerá una indiscreción; pero, ¿por qué le dicen a usted El Borrico?

-Mire usté, se lo voy a decir. Cuando mi padre dejó de ser manijero, pué ya nos venimos a Jerez, la gente se enteró que el chiquillo del manijero cantaba. Me llamaron a una fiesta: «¡que venga el chiquillo del manijero!». Ale, pues venga, y vino un coche a por mí. Cuando entré, don Juan Pedro Domecq, que en descanso esté, me preguntó: «¿Tú eres el hijo del manijero de mi hermano?». Yo soy el hijo del Tati. «Bien, hombre, bien... ¿tu cantas?... ¿por que cantas? Yo, le dije, por tos . "A ver, el cante..., ¿tú sabes de tonos?». Yo no sé de tonos, ni de guitarra, ni na -ya te he dicho que na más que los artistas cantaban entonces con guitarra, nosotros hacíamos el compás con los nudillos o con lo que fuera-, yo sólo sé de escardillos y eso...«Venga, que cante». Salí cantando con aquel vozarrón que yo tenía con diecienueve años, ¡calcule usté! , y sale Alfonso Domecq y González, el hijo: «¡Qué voz más bestia! ¡Qué barbaridad! ¡Qué voz más bruta y más borrica!». Y de ahí viene eso, y desde entonces, que si El Borrico, pa ca, que si El Borrico pa ya...

-Por último, en su larga vida le habrán ocurrido multitud de anécdotas relacionadas Con el cante, ¿quiere contarnos alguna?

-Ya se puede usté figurar lo que a mí me ha pasao. Cuando salió la primera vez Lola Flores, yo iba a cantar .

Su padre tenía un tabanco en la calle de La Párraga, que cruza. Y allí iba yo con Espinosa -ese que te he contao que está en Barcelona-, El Batato, Chica y Cepero el chófer, el padre de Paco Cepero. Ibamos a enseñar a Lola, El Batato, que era bailaor, le enseñaba unas patás y eso... El padre nos ponía media botellita pa los cuatro y un platillo de aceitunas con siete aceitunas. ¡Me acordaré toa mi vía!

Me acuerdo que llegó un señó que tenía una fábrica de esas de los helados, de bizcochos de esos de los helados, y nos llevó la primera vez a Paterna de la Ribera. ¡Un corral de cabras! ¡Nos metieron en un corral de cabras... donde metían a los animales! Total, que ya estamos aquí, ¡ea! La Lola se vestía en una pajera que había una puerca echá allí en la paja. Yo y El Batato cogíamos una sábana por los picos pa que se vistiera... Y la madre, «que nadie mirara a la niña». Me acuerdo que me decía la Lola, «Tío Borrico, ¿me morderá la cochina ésta?». No la toques, no la toques que está echá mu a gusto. Total, a bailar, Lola.

Entró mucha gente, y había un gachó que estaba delante de las sillas...y tenía una cosa metía en la chaqueta, yo dicaba un bulto... ¿Qué tendrá el gachó ahí metío? y me dice el tío: «Como no cantes bien te voy a endiñar en los ocicos con esta tostá que tengo aquí metía con aceite». Entonces se me acercó un civil preguntándome qué me había dicho; claro, yo le dije que na; pero él lo echó a la calle. Ay, y yo le dije al civil: ¿pa qué lo ha echao usté a la calle, no ve usté que cuando salga de aquí sí me da entonces con la tostá?

Yo he estao en un follón de sitios así, cantando por soleá y por siguiriyas, siguiriyas de Paco la Luz... Y todavía canto, y todavía me quea que cantá.

17/4/07

TIO GREGORIO, EL BORRICO DE JEREZ (I)

(publicado en CANDIL nº 15, mayo junio 1981)



-Tío Gregorio, ¿de dónde viene el cante, qué es para usted?

-El cante es nacío del vientre de las mares. Si naces pa eso, pa eso sirves. Como el que nace pa director de algo. Tú no naces pa eso y ya puedes tener toos los días un maestro a tu vera, que no aprendes en la vía. Del vientre de las mares Que te paran pa eso. jY na más!

-¿Desde cuándo canta usted, cómo fueron sus inicios profesionales?

-Bueno, yo he cantao siempre, desde mu chiquillo. Yo trabajaba en el campo con mi padre y mientras trabajaba, pues yo cantaba.

Yo tenía entonces diecinueve años y vino una feria -nosotros íbamos siempre a la feria- y un compare mío, que se llamaba Luis, me dijo: «Compare, usté tiene una vo que quita er sentío, está usté trabajando por catorce reales de sol a sol... Dile a tu mare que te vienes esta noche conmigo». Le dije a mi mare: "Mamá, que voy con Luis esta noche a un bautizo». Me fui con él a «La Espiga de Oro», que era un cabaret. Al entrar le dije a Luis: «Compare. ..yo no he visto esto nunca... ¡ozu! ¡que cosas! ». y me dice: «¡compare, pareces tonto, vamos ya, hombre! ». De buenas a primeras las señoritas en el escenario, en fin, el lío... Entonces llaman al dueño: «Manuel, aquí hay un cantaor, vamos a escucharle». La guitarra -y viene Paco Espinosa, uno que está ahora en Barcelona-, hago voz, en fin, esas cosas: «saca vino, una copita...». A eso se cuela don Manuel Garcés, representante de González Byass, y le dicen: «Mira, Manué, ese te va a gustar a ti. Canta por tó... ¡Ve a por la guitarra, Espinosa... da el tono por bulerías!». ¡Aaayyyy!..., ya está, y empezamos. «Toca por soleá»; luego: «toca por siguiriyas, por malagueñas, por tientos». Se quedó don Manuel Garcés espantao y me dice: «Oye, ¿tú con diecinueve años sabes to eso?.., ¿y por martinetes, sabes cantar?». Y le digo a Espinosa. «¡Suelta la guitarra...! ¡¡AAAyyyy!!». Y no veas. Esto pasó en el año veintinueve. Don Manuel me dijo, toma, y me dio un regalo... ¡Cuatro mil reales!, que no los ganaba yo en too el año en el campo. ¡Ojú!, me quedé encogío.

Por la mañana, cuando salió el sol, veo a mi padre en la calle con las manos atrás y con una cara, y le pregunta el portero, «¿qué busca usté? A mi niño.» «Ahí le tiene usté, hombre.» Se me acerca -figúrate el susto que yo tenía- y me dice que dónde he estao. Yo entonces le di los cuatro mil reales y le dije: «pues no lo ves, en un bautizo». Y me miraba como si yo, vamos, como si yo se los hubiera cogío a alguien. Y no me dijo na más que vámonos. A partir de entonces yo le dije a mi mare que no trabajaba más en el campo, que me iba de bautizos.

A la otra noche no fueron 4.000 reales, pero sí cien duros. Así me hice cantaor. Yo le daba los dineros a mi mare y ella me daba cinco duros, que con cinco duros tenía yo para una copita y tabaco; vamos, que me sobraban.

-¿De dónde le llegaron a usted esos cantes, de qué cuna son?

-Mi padre, que le llamaban "El Tati", cantaba y un tío que yo tenía, Juanichi El Manijero, que era el padre de Parrilla el bailaor. Cantaban por siguiriyas y soleá que no veas. Entonces solamente se hacía el compás con los nudillos o con un vaso, con un jarrillo..., con lo que se tuviera a mano. Ellos se juntaban por la noche y cantaban; yo estaba acostao, pero no me dormía pa escucharlos; otras veces me alevantaba y me sentaba al lao de mi tío en una sillita, así aprendí. Después, en la calle La Sangre, escuché a Antonio Frijones el viejo; a Antonia La Colorá en un tabanco que tenía. Yo me metía allí y se juntaban toos los gitanos viejos, mi padre y Frijones; yo me colaba pa sentirlos cantar y me sentaba en el suelo con las piernas cruzás pa escucharlos a toos.

A Frijones también le escuchaba en la calle que va pal cuartel de caballería, que le dicen la calle La Cuadra.

¿Usté no sabe quién era Frijones?

Frijones iba en tabanco en tabanco, puerta en puerta, cantando é1 solo; cuantito se tomaba dos o tres vasos ya estaba cantando. Además, siempre tenía el culillo fuera, siempre tenía algún roto, algún ganchazo... y le decían: «Antonio, hombre, ¿por qué no te pones unos pantaloncitos nuevos? ». Y siempre contestaba: «A mí me gusta este... ¡dame un vaso! ». y salía cantando Frijones, y yo, como los locos, corriendo detrás de él; donde iba Frijones, allí iba yo.

También he escuchao a Manué; más tarde a Tío José el de la Paula, tío Joaniqui de Lebrija...; en fin, yo comencé a coger rumores de aquí y de allí y luego me afinaba yo solo. Comencé a cantar por siguiriyas. porque mi gente cantaban toos por siguiriyas y también los demás cantes.

-¿A qué otros cantaores oyó usted cantar en su juventud?

-Escuché a Manué, tenía yo siete años. A Manuel Torre, Rosario La Mejorana y Ramírez, ¡vaya trío! Toa mi familia fue desde el campo: «¡qué canta Manuel Torre, que canta Manuel Torre...!». Yo de lo que me acuerdo es que Manuel se arremangó el pantalón de pana pa sentarse y yo dije: «¡Eh, que se le han visto los carzones blancos!». Esos carzones blancos hasta abajo, de entonces.

-Pero, Tío Gregorío, ¿cuáles fueron los que más le gustaron?

-Juanito Mojama cantaba muy bien por siguiriyas; y otro, como cantador más joven, Rafael Ramos Antúnez, que era El Gloria. Después, explicando el cante, me ha gustao Cepero, José Cepero, que lo escuché también en la Alameda vieja.

El Gloria era un bicho, era una cosa mala; ese comenzaba a cantar y cualquiera lo paraba, no le paraba ni el cañón... ese de..., ¿cómo se llama ese cañón?

Yo escuché al Gloria, a La Pompi, a la Luisa. La Pompi cantaba toavía mejor que Luisa. A esa la escuché yo con mi padre en el sombrajo, cuando vinieron a Sevilla, que vinieron a visitarnos a nosotros y al Gloria también, en ese bar que ya te digo que está en la esquina de Santiago, que es sobrino suyo... «El Bombi».

También El Chozas me gustaba a mí. Ahora, metía muchos infundios; pero, vamos, como lo llevaba bien... Tenía un estilo mu bonico por bulerías, un estilo propio:

Ahí víene un sordao
mu bien armao
que viene de Portugal...


y ya luego le metía otra cosa. Ea, que se iba a ver los sordaos y se iba a la legión; porque El Chozas era así. Ahora, los cantes de Cepero sí me gustaban a mí, porque los decía mu deletreaos, mu bien dichos.

-Sinceramente, ¿de quién aprendió usted más?

-De mi tío, que hacía el cante de Frijones limpio, lo hacía puro:

Fatigas pasé
con el tren de mercancías
y Frijones de Jerez.
Tu mare es una judía
que a mí me ha tirao a la calle...

(continuará)

14/4/07

CARMEN LINARES (y II)

-Cambiando de tema. Nos consta que has estado en el Concurso de Córdoba. ¿Nos quieres dar tu opinión?

-Creo que esta pregunta la puede contestar mejor mi marido que fue miembro del jurado y ha vivido durante una semana las fases de selección desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la mañana. Porque no tengo conocimiento suficiente para juzgar, puesto que yo llegué el viernes y sólo vi la entrega de premios. Por lo tanto, no sé si los premios han sido justos o no. Lo que sí me ha sorprendido es que José Mercé no haya sido premiado, porque es un gran cantaor y, además, tengo entendido que cantó muy bien.

-Tú sabes que el Concurso de Córdoba ha estado muy cualificado, ha tenido gran prestigio. ¿Crees que este año ha tenido la mínima calidad exigida a su prestigio?

-Indudablemente, yo creo que este concurso ha bajado. Pero pienso que ha sido por la carencia de promesas dentro del flamenco, porque en la actualidad hay pocos aficionados que prometan. Además de que estamos influenciados por los nombres de los ganadores anteriores, que desde luego tenían más calidad y todos son figuras en la actualidad. También debemos tener en cuenta que los profesionales no se arriesgan a presentarse, por temor a perder el prestigio que tanto trabajo les ha costado conseguir. Por eso, yo no soy partidaria de presentarme a concursos, porque lo que se premia es la actuación de una noche, y no la trayectoria de un artista.

-Continuando con el Concurso de Córdoba. Tú, como mujer, ¿cómo juzgarías la actuación de la única mujer cantaora premiada?

-Tina Pavón es una chica que está empezando ahora; y desde luego tiene derecho a cantar y hacer festiv.ales; en una palabra, a promocionarse. Pero lo que yo le escuché esa noche no es para premiarlo con un PREMIO NACIONAL. Claro que se premia lo que hay, a los que se presentan; los que no se presentan no pueden ser premiados. Yo entiendo que un concurso nacional debe ser una cosa muy seria, máxime cuando se trata de un concurso de la solera del de Córdoba. Por lo tanto, opino que si los concursantes no están a la altura mínima que se requiere, el premio deberían declararlo desierto. Porque con esto, también se prestigia el mismo concurso.

-¿Con qué cante te identificas más?

-Yo me identifico con todos, me gustan todos. Depende del estado de ánimo en que te encuentres, hay momen- tos que me gusta cantar por tarantas y otras veces por soleá o por alegrías, todo esto como te he dicho depende del estado anímico.

-Hay una cosa que siempre hemos querido preguntarte. El ambiente de los cantaores de Linares no lo hemos vivido, pero se habla mucho del Cabrerillo, tú a veces cantas una taranta de un tal Frutos; en los libros hemos leído que había un tal Basilio de Linares que tuvo en jaque a don Antonio Chacón, hasta que llegó Manuel Torre cantando por tarantas. ¿De qué forma te ha podido llegar a ti este ambiente o qué conocimiento tienes tú de esto?

-Lógicamente por mi edad, yo no he conocido al Frutos de Linares ni a ninguno de estos cantaores, pero mi padre sí; además, mi padre no se dice mal el cante y de él he aprendido yo la taranta del Frutos, también se la he oído a Juan Valderrama y a Fosforito; pero aprenderla, la aprendí de mi padre. De los otros cantaores poco te puedo decir, sólo lo que me cuenta mi padre, que en aquella fecha en Linares se cantaba muy bien por estos palos y que había un ambiente muy bueno donde corría el dinero.

-¿Qué opinas de la evolución de la guitarra?

-Sin duda lo que más ha avanzado en los últimos cincuenta años ha sido la guitarra, pero a mi modo de ver ha evolucionado para bien. Antes había tocaores muy buenos como Ramón Montoya, Niño Ricardo, Manolo de Huelva, etc., y ahora también los hay, porque han cogido lo de los antiguos más lo que ellos han aportado.

-¿Tú estás de acuerdo con que algunos tocaores alarguen en exceso las falsetas cuando están acompañando a un cantaor?

-No, en absoluto, porque el tocaor que se pase en falsetas, lo que hace es quitarle concentración al cantaor y molestarle. Hay que tener en cuenta que el cante y la guitarra es una conversación entre dos.

12/4/07

CARMEN LINARES (I)

(entrevista publicada en CANDIL nº 28, julio agosto 1983)

-¿Cómo fueron tus comienzos en el flamenco?

-El flamenco lo he vivido desde pequeña, siempre me ha gustado. Además, que mi padre tocaba la guitarra, como aficionado, nunca se hizo profesional, en mi casa se escuchaba mucho flamenco y claro, yo siempre estaba muy atenta. También he escuchao a bastante gente importante cantar y he procurado aprender de todos. Luego mi padre me animaba a que cantara acompañándome él a la guitarra.

-¿Tus inicios fueron en Linares?

-No. Mis inicios fueron en Madrid. De Linares sólo tengo los recuerdos de niña, pero en Madrid fue donde conocí a muchos cantaores, entonces me entró el gusanillo y desde entonces estoy cantando.

-¿De todos esos cantaores que conocistes, quién te impresionó más?

-Sin duda Pepe el de la Matrona. Porque tenía una enorme personalidad, era un hombre que a mí me cautivaba. Escucharlo hablar era una delicia y llegué a tener bastante amistad con él; siempre me aconsejaba y aprendí bastante de sus consejos.

-Sin embargo, vemos que tú no haces los cantes de Pepe de la Matrona.

-Bueno, siempre he procurado aprender de todos, porque en Madrid estaban la crema y nata de los cantaores. Tuve relación con Pericón, con Rafael Romero, con Enrique Morente, Juan Varea, etc., y de todos he procurado asimilar algo. En aquella época había un gran ambiente flamenco en Madrid.

-¿Y actualmente, qué ambiente existe en el Madrid flamenco?

-En Madrid siempre hay buen ambiente flamenco, porque gran número de artistas viven allí, puesto que es donde más fácil puedes proyectarte; lo que pasa es que la crisis económica afecta a todo, y cómo no, a la vida nocturna, por eso ahora los tablaos contratan menos artistas. El ambiente ahora es más de peñas.

-El público madrileño ¿qué tal es?

El público de Madrid es maravilloso. Además, que los que están relacionados con el flamenco, son bastante entendidos y acuden de forma masiva. Claro, Madrid es muy grande y hay público para todo; si organizan un Festival Flamenco en un recinto, por grande que sea este, se llena. Además es un público exigente, que sabe distinguir cuando se le da calidad o no.

-Suponemos que como otros muchos artistas, tú habrás escuchado en discos de pizarra a los grandes maestros de principio de siglo. ¿ Cuál de ellos te ha llegado más?

-Han sido varios los que me han llegado. Chacón, por ejemplo, para mí, era un artista de una categoría extraordinaria, un cantaor muy completo. Al principio me costó trabajo conectar con su cante, por esa voz que tenía, que es una voz que no entra. Luego, cuanto más he escuchado sus grabaciones más me ha gustado.

Luego, otro artista que me ha impresionado muchísimo ha sido Tomás Pavón, éste ha sido uno de los más grandes cantaores que ha habido. También me ha gustado siempre Pastora, que era otro genio. Yo siempre procuro hacer los cantes de estos grandes artistas.

-Sin tener en cuenta a los intérpretes, ¿cuándo crees tú que se cantaba mejor, antes o ahora?

-Mira, yo pienso que en la vida todo cambia, la gente cambia, cambian los gustos. Desde luego se canta de otra manera, no sé si es mejor o peor, simplemente de otra manera. Antes había grandes artistas y ahora también los hay. Lo que pasa es que las corrientes cambian, pero luego vuelven otra vez a su sitio. Yo particularmente opino que hay que hacer cosas nuevas, si no, nos estancamos y estamos siempre en el mismo sitio. Siempre se han hecho cosas nuevas, las que han tenido calidad han perdurado y las que no se han olvidado, esto pasará siempre.

-Entonces, ¿tú estás de acuerdo con esos espectáculos que podíamos llamar pseudoflamencos?

-Yo he visto varios espectáculos de estos y unos me han gustado y otros no. Por ejemplo: he visto Macama Jonda y me ha parecido una cosa interesante, por qué no se va fundir la música árabe con el flamenco y tratar de ver lo que tienen en común, que para mí tienen muchas cosas. A mí, de este espectáculo me impresionó el encuentro de Enrique Morente y el Chekara, esas Jaberas me gustaron muchísimo. Porque hay que ver cómo canta el árabe. Por lo tanto, todas las evoluciones que se hagan bien y con honestidad, bienvenidas sean, luego el tiempo se encargará de decir lo que es bueno y lo que es malo.

-Nosotros pensamos que la posible evolución del flamenco puede ir por ese camino, siempre que se haga con honradez. Según tenemos entendido tú has estado implicada en algún intento de estos. ¿Qué nos dices al respecto?

-No. No es que haya estado enteramente implicada. Lo que ocurre es que yo he estado trabajando con Enrique Morente en el Café de Chinitas más de un año. Eramos un grupo y el flamenco que hacíamos es el que normalmente se canta en los tablaos; hicimos un homenaje a Manuel Machado y las letras que cantábamos eran de él, pero los cantes que decíamos eran soleá, siguiriya, etc. Por lo tanto podemos decir que era un espectáculo enteramente flamento. Esta fue una experiencia; la otra fue una obra de teatro de la que Enrique Morente hizo la música, que fue la Recogía del Beaterio de Santa María Egipciaca, en la cual Enrique era el que nos dirigía. Solamente estas han sido mis experiencias en este tipo de espectáculos y conste que no me importaría, en absoluto, volver a hacer algo de esto con Enrique Morente.

-Ahora que hablas de esto. Con frecuencia, vemos que Enrique Morente está teniendo últimamente bastante crítica en la que se le acusa de desviacionismo más que de evolución del flamenco. ¿ Tú qué opinas?

-Mira, yo creo que Enrique evoluciona, no desvía. Enrique, para mí, es un cantaor perfectamente válido para hacer cosas nuevas, porque es un cantaor con mucha base. Yo pienso que para evolucionar en el flamenco, primero tienes que saber lo que hay establecido ya, y él lo sabe perfectamente. He conocido pocos cantaores con la base que tiene Enrique. Por lo tanto creo que tiene derecho a hacer cosas nuevas. Claro, el que no arriesga, no se equivoca y Morente ha arriesgado y algunas veces se ha equivocado. Pero no hay que criticar sólo los errores, también hay que decir lo bueno.

(continuará)

8/4/07

LOS CANTES DE IDA Y VUELTA

Por: Francisco Vallecillo

(publicado en CANDIL 38, Marzo Abril 1985)

Aunque, al parecer, sin suficiente soporte histórico que pueda tenerse por cierto, existe la creencia de que una parte de la música popular española tuvo influencia en algunas músicas folklóricas hispanoamericanas. Más cierto aparece, sin embargo, el hecho de que andaluces que cruzaron el océano generalmente desde el puerto de Cádiz, encontraron en aquellas repúblicas unas formas musicales ya populares que trajeron a España -Andalucía más concretamente- adornándolas con un indiscutible aflamencamiento que las hizo más atractivas en nuestro ámbito. Los toreros, tan afines al flamenco y toda su cohorte variopinta, los gallegos que fueron portadores de la mejor raza de gallos de pelea, buhoneros y truhanes y aquella tropa infinita de post descubridores, trajeron -que no llevaron- los aires de la Guajira y la Rumba cubanas, la Milonga y la triste Vidalita argentina, la Colombiana, en fin, que en un inevitable fenómeno de aflamencamiento llegaron a convertirse en cantes flamencos, cantes no ciertamente jondos, pero sí ricos en melismas traducidos en un felicísimo mestizaje.

Que Cádiz fue la aduana por la que entraron estas músicas está confirmado por el hecho de que fueron dos eminentes artistas gaditanos -Pepa de Oro, hija del popular mataor de toros, y Diego Antúnez-, los que dieron forma y rango a las variedades citadas o al menos a la mayor parte de ellas; seguidos ya en la segunda década del siglo por José Centeno, Niño de Marchena, Manuel Escacena, Pepe de la Matrona y varios más que popularizaron unos estilos desafortunadamente casi en desuso en nuestros días. (Populares fueron también Angelillo y El Americano, más ya en la línea decadente y muy poco flamenca).

La preponderante y fundamental presencia de Andalucía en las celebraciones del V Centenario del descubrimiento aconseja que en estas vísperas que se avecinan, la Consejería de Cultura realice una campaña de difusión y potenciación de los cantes de ida y vuelta, como aportación del flamenco a los trascendentes eventos que se acercan.

GUAJIRA

Guajiro se llama al campesino blanco en Cuba.

Es sin duda la Guajira el cante más representativo de los hispanoamericanos flamencos o aflamencados, tiene obviamente su origen en la isla caribeña y parece ser que llegó a España en la segunda mitad del siglo XIX. La Guajira constituye a su vez una preciosa pieza para el concierto de guitarra.

La Guajira es calificada de copla híbrida, influida directamente por el compás de los Tangos gaditanos y sus letras se suelen adecuar a la métrica de la décima o espinela, estrofa de diez versos de ocho silabas (Espinela, llamada así en honor del poeta Vicente Espinel que las incluyó en el libro Diversas rimas, publicado en 1591).

Una muestra de esta copla la reproduce Arcadio de Larrea (Guía del Flamenco), Editora Nacional, 1975), aunque la letra -acaso por su primitivismo- se acomoda bien poco a la expresión flamenca:

Negra es la noche y asusta,
negra es la tumba y espanta;
negros son tus negros ojos
que a mí me roban el alma.
Negra son mis ilusiones;
negra mi negra ventura,
negro es el aborrecer ,
pero más negro el querer
sin esperanza ninguna.


Una letra más clásica es la siguiente que tomamos de José BIas Vega:

A la Habana me he venío
a probar el aguacate
y me encontré en el bohío
un negro de chocolate.

Bajo la sombra de un mate
me dio la linda banana
y al cabo de una semana
el negro pidió mi mano.

Con vos no me caso hermano
porque no me da la gana.


Juan Breva, Cayetano Muriel, La Rubia, Escacena y Pepe de la Matrona fueron sus más importantes intérpretes.


RUMBA
La Rumba gitana que nos ha llegado -y hoy, tras la desaparición del maestro Mairena que la cantaba en privado, prácticamente desconocida- en la versión Diego Antúnez continuada por la Niña de los Peines, es la hermana mayor de la Rumbita catalana o Rumbita de Somorrostro, que popularizó con su baile inigualada e incluso cantándola aquella ascua de candela gitana que fuera Carmen Amaya. Esta segunda, aunque ya degenerada y prácticamente convertida en una canción popular , es la versión que con tanta relatividad se conserva hoy.

En la Rumba se aprecia la influencia afrocubana por encima de su flamencura, se acomoda al compás binario con ritmo complejo y se le observa cierta analogía con el Tango flamenco.

Con el título de RECUERDOS DE LA HABANA (Rumbas flamencas del año 1914) Pepe el de la Matrona dejó grabada (Hispavox), con su peculiar gracejo, la letra que reproducimos parcialmente:

Levántate papaíto,
levántate mi viejecito,
las cuatro y media
y nos van a demandar:
Plancha tú
que mañana yo buscaré.

Maduraló, maduraló
y aguacate grande, maduraló.

Y a la voz de ¡fuego!
se va a Covadonga.
Y apunten, ¡fuego!
se va a Covadonga.


La Rumba la cantaron magistralmente, además de Diego Antúnez y Pastora, ManueI Vallejo (que la bailaba soberbiamente) y Bernardo de los Lobitos.. En una línea menos flamenca, Jacinto AImadénas, Angelillo y Guerrita. En nuestros días, Naranjito de Triana y Chano Lobato.


MILONGA
Parece que el origen de la Milonga (Buenos Aires y Montevideo) fue un baile. El cante cuya aparición en el mundo flamenco se fija, con sospechosa exactitud, en 1870 tiene compás variable que a veces es libre (como el fandango) y a veces tiene forma muy concreta (rumba).

Josefa Díaz, Pepa de Oro, que con Escacena sobresalió en esta forma flamenca cantaba la letra que luego ha dejado grabada el trianero Pepe de la Matrona:


Eran las dos de la noche
y a tu puerta llegué ufano
con la bandurria en la mano;
despierta divina flor ,
despierta divina amor ,
las dos están dando ahora
y son de la madrugá:
y si estás embelesá
despierta divina aurora.



COLOMBIANA
Curiosamente, en el folklore hispánico y negro colombiano existen músicas populares con apelativos tan coincidentemente flamencos como el Fandanguillo y la Caña.

La Colombiana tiene compás que guarda similitudes con la Rumba gitana y la Guajira, y su acompañamiento a la guitarra tiene una hermosa factura que incluso le ha conferido la categoría de toque de solista.

Carmen Amaya grabó un disco con este cante, del que son estas estrofas:

Quisiera, cariño mío,
que tú nunca me orviaras,
y tus labios con los míos
en un beso se juntaran,
y que no hubiera en el
mundo nadie que nos separara.


Desafortunadamente, carecemos de datos sobre la fecha de entrada y bautismo flamenco de este cante en España, pero existen motivos para pensar que no haya sido sino hasta principios del siglo que pronto va a acabar.


VIDALITA

Canción popular criolla en su origen (Norte de Argentina), de compás ternario y movimiento lento, que alude siempre a temas amorosos impregnados de fuerte sentimentalismo. Hoy se encuentra -como cante aflamencado- prácticamente en desuso, tal vez porque en su proceso de adaptación resultase de insuficientes matices flamencos.

Este cante tuvo su época de moda coincidente con la que genéricamente denominan los estudiosos la Era de la Copla Andaluza, y su mejor intérprete ha sido, a no dudarlo, José Tejada, Pepe Marchena, a cuya voz y peculiar sentido del cante se adaptaba tan bien esta copla. También, y por analogas dotes cantoras, la cultivó Pepe Aznalcóllar, en la versión «El soldado herido» (disco Hispavox), que en aquella época fue tan popular .

3/4/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (y XIV)

FOSFORITO, EL ULTIMO MAESTRO (yIII)

Manuel Martín Martín

En los caminos pedregosos y mágicos por el deambular de lo jondo quedaron encantadores atajos que preñaron de maestría y gloria al Arte Flamenco: El Fillo, Silverio, Enrique el Mellizo, Chacón, Manuel Torre, ValIejo, Pastora, Tomás, Mojama (¿cuándo se le hará justicia?), Caracol, Antonio Mairena y tantos otros. Nunca tantos debimos tanto a tan pocos, y Fosforito, cantaor y poeta, es hoy la última página de una brillante constelación de maestros que han enriquecido con estilos propios y diversos el panorama de la movida jonda. El es, en esta cruzada por la dignificación y difusión de la pureza flamenca, el portador del último estandarte. Muchos de sus cantes han recibido ya el troquel de la eternidad y su considerable y magistral obra hay que consultarla periódicamente porque seguramente y junto con la primacía mairenista, no encontraremos un análisis más rico en enseñanzas ni una lección tan llena de humildad, sensibilidad y arte instintivo.

Estas son, a vuela pluma, algunas de las profundas vibraciones que uno emite cuando se deja arrastrar apaciblemente por la ejecución antológica de un maestro al que nunca podremos pagar porque su obra es capaz, en los momentos actuales, de regar el panorama de esencias intemporales cual ansiada lluvia sobre terreno secano.

Lejos de la truculencia amanerada de cantaores oficialistas, lejos de aquellos que intentan intelectualizar el flamenco en lugar de aflamencar a los intelectuales, lejos, en fin, de los mitos populacheros que vociferan y chirigotean, es el pontanés de oro, Fosforito, quien está tocado por la serenidad y por la sabiduría de la madurez. Durante largos años su figura y ejemplo sirven de acicate para todo cantaor que sienta en su interior algo que decir. Su perfecto dominio de la técnica, su entrega constante e inusitada y su agilidad de maestro soberano se encuentran en esa condensación de tiempo y espacio, en esa convergencia de matices que conforma el espíritu flamenco: la queja vivencial de una época que desencadena la fatalidad genética de una tradición.

Este es, queridos lectores, nuestro Fosforito, el supremo señor del cante actual, un hombre que ha sabido crear un cielo a su propia forma de entender el ardoroso sentimiento andaluz. Un hombre que en los tiempos que corren recibe las salutaciones y los aplausos de una generación que le honra como eslabón indispensable en la cadena del flamenco y como el mayor maestro entre vivos del cante.

Pero Fosforito, frente a opiniones contradictorias, sigue cantando y enseñando. Canta y enseña sin mirar atrás, para no hundirse en el vértigo. Quizá, con el correr del tiempo, la cordura flamenca establezca una pensión vitalicia para todos aquellos que se desangraron en el envite y que, por tanto, tienen mucho que decir y más que enseñar. Son pocos -no tantos como se profiere- los que, después de partir en mil pedazos sus gargantas, quebrarse los dedos o las piernas por los tugurios más dispares, están llamados a mostrar su magisterio, la solera viva de este apasionado mundo. Y en el momento presente, en lo que al cante se refiere el maestro Fosforito marca un punto final.

A partir de él confiemos en que el flamenco no derive en la ferocidad de lo liviano, de lo trivial, repetitivo y anodino, cosa que Fosforito, gracias a lo vivido, ha sabido evitar desde la soledad de un parque donde algún día pueda quedar inmortalizado en bronce tibio bajo la caricia de los luceros en la noche fría, animado bajo el cielo estrellado de Puente Genil y donde, en un mutismo de flores y de paz celeste, en un movimiento de brisas débiles, olores de nardos, jazmines y lejanos pregones callejeros, una flor, en su silencio, rodeada por el agua como una lágrima, dé una exclamación de aroma, color y vida, diciendo: «Maestro, gracias, un millón de gracias por tu existencia en el flamenco».

2/4/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (XIII)

FOSFORITO, EL ULTIMO MAESTRO (II)
Manuel Martín Martín

Estos ínsitos atributos, unidos a su temperamento, intensamente poético, se dejan manifestar en una decidida expresión que da al paisaje cantaor un acento inconfundible. Porque quien ha logrado vivir las miserias y la grandeza de nuestro arte, lo ha hecho eterno para siempre. Y la voz de nuestro Fosforito -cerca de nueve lustros haciendo camino al andar-, mana de la eternidad, porque eternos y mensajeros de Dios son los cantaores que despiertan un confiado calor en nuestros corazones, aquellos que vivifican nuestro mundo por obra y gracia de su amor a las cosas de Andalucía.

Continúo entregándome a la libertad de su música y me pregunto, ¿qué misterioso don posee el maestro, qué extraño y hermoso secreto reside en su alma que hace que uno, al escucharle, se sienta identificado plenamente, alegremente con su mensaje radiante? Yeso es lo más grande que le es dado al cantaor de flamenco: sobrecogernos a distancia, en un momento dado, con una ráfaga musicada de enigmas que, en nuestra hora oscura, nos deslumbra con el súbito relámpago de una queja estremecedora, consiguiendo que uno sienta el deseo de eternizar ese instante, de vivir siempre ese momento de lujosa caridad.

La secuencia podría ser ésta: de pronto una encendida ráfaga de belleza. Estábamos relajados, escuchando el cante del último Prometeo -este pontanés de excepción que día a día roba al aire el encanto de la música- y, de pronto, todo ha cambiado. Un momento nos inunda una alegría íntima, confiada. Algo vago, sin forma, pero poderosamente real y cierto, ha hablado en nuestro interior. ¿Quién hizo el milagro? En este caso un hombre, un cantaor ha hecho la suprema sencillez de un milagro.

Este es el indubitable mensaje de Fosforito. La sonoridad apabullante de su nombre ya nos indica que estamos ante el último maestro, rescoldo del fuego sagrado de una época que recuperó los silencios del flamenco verdad. «Voz de silencio» le llama Pablo García Baena. ¡Qué suave es para el alma el silencio de Fosforito! Es el silencio místico e indefinible del maestro. Es el prodigio del arte, la soberana emoción de la belleza contenida. Y es que desde la desolación y decadencia del cante, en un parque abandonado, surge uno de los más preciados logros flamencos de nuestro tiempo: Antonio Fernández Díaz, «Fosforito», la luz callada y centelleante que perfora las tinieblas en que no brillaron algunos intelectuales, la obra de un hombre que labora en la niebla, y con él la tierra desaparece bajo los pies.

Hoy, afortunadamente, estamos a su merced. Porque el cante del maestro, su convincente obra, es algo que vive y avanza sin cesar, un obstinado impulso de producir por evolución formas siempre nuevas y mejores. Pero eso sí, luchando contra vientos y mareas, haciendo bueno aquello que definiera Hénri Bergson sobre su evolución creadora: un inmenso ejército que galopa al lado de cada uno de nosotros en una carga arrolladora, capaz de atropellar todas las resistencias y franquear innumerables obstáculos, tal vez la muerte misma».

No pretendo con ello demostrar nada nuevo. Muchos de los leyentes son testigos fieles de que cuando el maestro, como humano, pasa por una actuación floja, sus adversarios -la crítica encasillada en sus viejos tópicos, arrullada en la ignorancia, en la indolencia de las antiguas parrafadas y los inacabables, por incipientes, parlamentos floridos y romanceros-, o aquellos que escriben al dictado del lucro, procuran ponerlo de manifiesto lo más ostensiblemente posible. Pero al final, la cuenta e incisiva campaña queda envuelta en una nebulosa, aunque algunos se quieran justificar con la vieja máxima filosófica, de que «para comprender una cosa, para poder fijarse en ella y analizarla, la inteligencia tiene previamente que matarla». Pués bien, ni aún así han podido sujetar la corriente del maestro, ésta escapa a la urdimbre de sus análisis, como el agua a través de un cesto. Porque es, precisamente, Fosforito, quien hoy día recoge en el cuenco de su mano derecha la maestría suprema, el reinado de los cantes, y los deja escapar lentamente, delicadamente al aire amorfo de este crepúsculo devastador y comercial que nos invade.



Empero, lejos de esta fiebre comercial, su obra va madurando en silencio. Su obra, henchida de una fina captación de detalles y matices la logra con una exquisita intuición musical y emocionada profundidad. Pero no es el momento de entrar en pormenores y desmenuzarla. Siempre he dicho que no es posible formular un juicio ecuánime sobre una figura de este arte que ha alcanzado las enormes dimensiones de Fosforito, mientras no tengamos ante nosotros, íntegra, la obra de toda vida. Y esta visión total nos está vedada hoy. Es demasiado pronto, sin duda alguna, para medir la talla cantaora de Fosforito. Estamos demasiado cerca de su trayectoria y de su producción.

En cualquier caso, permítaseme hacer un adelanto sobre este maestro, aún joven, que ha encendido luces que alumbrarán durante muchos años. La vena cantaora eternamente rica de Fosforito se remansa en la orilla clásica de lo permanentemente vivo, porque en el Cante Flamenco, como en todo, lo que cuenta es la cantidad de vida, la cantidad de esencia creadora que hay insuflada en cada cante. Y la obra del último maestro crepita de una vida poderosa, vibrante, desarrollada bajo un sello de sincera autenticidad, profundamente original.

En otro orden de cosas, de todos es sabido que hay cantaores dominados por estados de ánimo y otros, por convicciones. En Fosforito se dan ambas situaciones. De un lado, es un hombre que sabe laborar los cantes con la meditación y el desasimiento de un monje del medievo. Por otra parte, ha intervenido poderosamente en lo que pudiéramos llamar el principio del fin, ya que, en nuestra época, ha superado con creces, a través de su copiosa y fecunda obra, todas las hazañas discográficas de entre cantaores vivos. De ahí que su obra conforme un tesoro fructuoso al encontrarse en ella todos los valores sustanciales que priman en el flamenco. Flota en ella un romanticismo espeluznante donde lo festero, melancólico o trágico se entrelazan con una genialidad apasionada. También flota en ella una tristeza hiriente, una tristeza que no podemos traducir como dolor hecho imposibilidad silenciosa y mesurada, sino tristeza épica y pronta a estallar en un grito cruel o en una queja desesperada. Es, como debe ser, el eterno diálogo del hombre con su destino.

Algunos se preguntarán, ¿cuántas variantes ha impresionado Fosforito? , ¿Un centenar? No la sé, ni creo que el guarismo cuestione mis argumentos, porque su obra, siempre encendida en una llama de amor fundido con el grito incontenible, llena todo el ámbito de lo jondo, se desparrama generosamente allende los límites de Onuba y resuena, vertida de extraños y sonoros ritmos, tierra arriba, hasta las cumbres grises de la arrinconada Almería. Su cante no tiene fronteras ya que él es capaz de musicar todo el espectro flamenco ennobleciendo la manifestación musical y más sentida del pueblo andaluz. De ahí que públicos de diversa índole y cantaores de distinta estirpe reserven siempre un lugar de privilegio al maestro y le tributen el más sincero de los aplausos, porque saben que en sus actuaciones no hay opciones: o se salva o se condena. Y si hace falta sale a pecho descubierto para desangrarse con la suprema elegancia de saber callar el dolor como genuino novio del mejor cante. Pero sí, un noviazgo virginal y casto, uno de esos noviazgos ideales al que nunca desposamos.



Sumidos en la recóndita vitalidad de sus cantes, llegamos al convencimiento de que Fosforito es a modo del añorado pontífice Antonio Mairena -sin caer, claro está, en el disparatado cotejo de ambas concepciones- una vuelta a los orígenes, a la resurrección de viejos tesoros. Fosforito basa su cante en lo externamente vivo, en todo aquello que late radiante de brío. En definitiva, un clásico en el sentido de hallar el valor vivo de todos los cantes que le rodean. Repite la vieja esencia de lo jondo, pero la repite a su manera, es decir, de un modo originalísimo, conveniente y con una eficacia enorme. Todos los recursos técnicos y la diversidad del ritmo expresivo están escrupulosamente aprovechados en su obra. Es como la rueda shakespeariana, «Aquella que describía un círculo completo». Y es que Fosforito, como último maestro de la reciente Historia de lo Jondo, es variado. Su retina, impresionada por el constante suceder de paisajes, rociada en gratificante armonía por los más diversos ambientes flamencos, le mueve a recorrer toda la baraja estilística marcando un cauce profundo e innovador que anexiona unas formas cálidas, ceñidas y llenas en las que apunta un hondo sentido intuitivo, pedagógico y enriquecedor.

Ahí pienso que podría estar la clave de su actual coyuntura, en el arte de enseñar del maestro. Porque, ¿cuántos han llegado al flamenco a través de Fosforito? , ¿Cuántos han bebido de sus aguas vivas descubriendo su amor a este arte, o ¿Cuántos cantaores ya consagrados han iniciado sus primeros balbuceos imitando a Fosforito? Muchos, bastantes. Unos lo reconocen, y otros hipócritamente, acuden al recurso manido de «su» ambigua tradición familiar, cuando él es el rey de la tribu de los Piconeros.

De todas formas, queridos lectores, con Fosforito llega un nuevo y vital impulso al flamenco, un revulsivo cuyos efectos trascienden a la flamenquería que nos ha tocado vivir. Por tanto, una etapa necesaria para la conservación del cante por derecho.

1/4/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (XII)

FOSFORITO, EL ULTIMO MAESTRO (I)
Manuel Martín Martín

Conferencia ilustrada de Fosforito en la Casa de la Cultura de Ceuta, 1985.

Me planteo, a veces, una dualidad que puede estar llena de profundo significado: el cantaor y la tierra que lo vio nacer; aquél presupone a ésta, y a la inversa. Porque soy de los que creen que el lugar de origen es el caparazón, delicado y sensible, donde giran los ecos y las ideas inmanentes en el artista. Un pequeño mundo perceptible que quizá resuma la complejidad del cosmos. Y digo esto, porque es en la bendita tierra de Puente Genil donde germina la expresión majestuosa de Antonio Fernández Díaz «Fosforito». Ello, aquí y ahora, me recuerda una frase del admirado Joaquín Romero Murube: «la obra de un maestro posee la fuerza indeleble con que la adolescencia guarda todos los sentimientos que la hirieron cuando despertaba a la vida del espíritu».

Por otra parte, el denominador común de los grandes hombres es el de causar duradera impresión en las personas a quienes han tratado. Esta es la sensación que me embarga ante unas cuartillas en blanco que aguardan ansiosas el que, este aprendiz de casi todo y maestro de casi nada, pueda articular palabras, frases e ideas referidas a un cantaor de cielos universales, a un artesano infatigable al que se le resiste la más que merecida Medalla del Trabajo cuando con tan sólo quince años de edad ya era llamado «El joven estilista del Cante Jondo», a un hombre que hace afición estableciendo una forma singular de manifestar los latidos del cante y preñando con nuestra preciada música todos los confines del mundo.

Escucho su voz durante horas ininterrumpidas y ahora sí, ahora ya puedo dejar correr la pluma espontáneamente: había que sustantivarse con la obra del cantaor más respetado en la actualidad para tratar de conocer la auténtica dimensión de quien en base a su parafraseada labor, uno ha tenido el atrevimiento de llamar el último maestro.

Así las cosas, a Fosforito, de frente despejada y noble, de faz seria y pensativa, me lo imagino, no sé por qué, en el esplendor de una noche violenta y láctea. Lo atisbo sentado en el banco de un parque abandonado que bien pudiera ubicarse en uno de los meandros que forma el río a su paso por Puente Genil. Su mano derecha sostiene con firmeza la corona del cante; la izquierda sujeta apenas un volumen de poesías. Quizá, para completar esta lozana estampa romántica falte el leve rumor de una fuente o una tímida voz de cristal balbuceante en la sombra... Su vista, atenta a una senda de lilas alfombrada, todo lo recorre y nada nos deja oculto. Su mirada, brillante y fija, parece indicar estar contemplando, a cada instante, la recreación continua. Sus ojos, con el brillo de los elegidos, parecen abrirse sobre negruras insondables. Toda una vida de riesgo y azar se le aparece como en una cinta cinematográfica, y el hombre, que ahora tiene tiempo para hacerlo, medita largamente. El, de carácter apasionado, vehemente y de exacerbada sensibilidad, ve pasar sus años infantiles como un niño calzado de inmaculadas alpargatas domingueras. El hombre, entorna los ojos. Empieza ahora el calidoscópico de sus andanzas. No, la vida en el pueblo no le convenció nunca. Necesitaba un más ancho campo para sus anhelos. A través de su andadura, uno tiene viva la penetrante impresión de que supo, desde el principio, que su objetivo primordial era llegar a ser grande para defender la grandeza del Arte Flamenco. Pero nunca le ha preocupado la llegada. El camino es lo que siempre le ha interesado. Nunca se ha apresurado. Era consciente de que el suyo estaba en la dirección escogida. Sólo importaba entregarse día a día a la tarea. El roce constante con el bullicioso y ficticio panorama de tabernas, colmaos y ferias fortalece su espíritu y le da una fundamental seriedad. Esto se advierte en la precisión maravillosa con que expresa los más delicados matices, las formas más huidizas del cante. Toda su azarosa vida trashumante se le presenta como una vasta encrucijada; cada travesía en su recuerdo puede ser el umbral de un nuevo cante. ¿Técnicas cantaoras? No conocía ninguna, pero la vida le va forjando bajo una realidad que no admite concesiones. A medida que avanza el tiempo su cante fluye, late, desborda y llega a los más recónditos rincones por mareas inconstantes, pero arrollando como las olas. Cuando uno llega a conocerle se siente fascinado, atrapado y poseído por él. Y es que, si genio es el que, además de representar una época, se adelanta y anuncia lo que vendrá, Fosforito tiene, sin duda, las características del genio, distintas de los rasgos del cantaor genial. De lo contrario, recordemos cuando en 1956 en el II Concurso Nacional de Cante Jondo, y primero en Córdoba, Fosforito ya se anticipaba unos años a su porvenir .



Cuando aún no contaba con veinticuatro años de edad, a esa edad en la que se empiezan a correr los caminos, el maestro ya viene de vuelta de muchos de ellos.

Es a partir de esta fecha crucial para el futuro del Arte Flamenco cuando «esa voz de adelfa, arañada de olivo» que dijera Manuel Urbano, nos oferta toda una vida quemada en absoluta dedicación al cante. La vida de un eterno profesor que no ha dejado nunca de ser totalmente un alumno. En este sentido, acaso no sea precisamente el clásico alumno modelo, pero sí es, con mucho, de los más aprovechados. Maduró a velocidad increíble. Sus ideas sobre este arte y su caudal de conocimientos corren parejas con su facundia musical para exponerlos en unos tercios jondos y necesarios.

Pero Fosforito tuvo que agudizar el ingenio para sortear el declive y la marginación que sufría el flamenco. Tuvo que purificar toda su existencia en comunión constante con los misterios de este arte. Le costó sangre, sudor y lágrimas abrirse paso para alcanzar el escenario del mundo y actuar desde él consiguiendo la universalidad, demostrando que estamos ante un ser dotado muy por encima del nivel ordinario, equipado y armado con brillantes tesoros de talento y genialidad, impulsando hacia adelante por voluntad, sacrificio, valor e incansable diligencia. Y es que Fosforito goza de un capital inagotable: el entusiasmo. Por eso no puede causar extrañeza imaginarle soñando día a día porque todos los cantes se hallan en la habitación de al lado. Allí los siente él hervir, murmurar, aguardando expectantes la entrada de un pontanés de oro que tiene la virtud de poseer una capacidad múltiple para colarse en las más diversas situaciones recreadoras y la facultad, como manifestara Ricardo Molina, de engrandecer todo lo que canta.

Apuntando en esta dirección, hemos de convenir en el privilegio que para el buen aficionado supone conservar en sus adentros la voz intemporal de Fosforito, una voz en estado de gracia para hacer, sin perder las raíces, música jonda. Una voz intensa y candenciosa, pero a la vez relajada y libre. Una voz sincera, áspera y caliente por momentos. Una voz tornasolada de los misterios del ritmo que, aunque sabe de inflexiortes suaves, es a menudo rígida, casi cruel; en ocasiones, parece como si tomara un vindicativo social. Una VOZ, en definitiva, que, amparada en una prodigiosa capacidad de observación y una magia incomparable para expresar sugestivamente las cosas más abstrusas e inabordables, se halla condenada a hacer de todos los cantes, incluso de los más livianos, un cante grande.

(continuará)