3/4/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (y XIV)

FOSFORITO, EL ULTIMO MAESTRO (yIII)

Manuel Martín Martín

En los caminos pedregosos y mágicos por el deambular de lo jondo quedaron encantadores atajos que preñaron de maestría y gloria al Arte Flamenco: El Fillo, Silverio, Enrique el Mellizo, Chacón, Manuel Torre, ValIejo, Pastora, Tomás, Mojama (¿cuándo se le hará justicia?), Caracol, Antonio Mairena y tantos otros. Nunca tantos debimos tanto a tan pocos, y Fosforito, cantaor y poeta, es hoy la última página de una brillante constelación de maestros que han enriquecido con estilos propios y diversos el panorama de la movida jonda. El es, en esta cruzada por la dignificación y difusión de la pureza flamenca, el portador del último estandarte. Muchos de sus cantes han recibido ya el troquel de la eternidad y su considerable y magistral obra hay que consultarla periódicamente porque seguramente y junto con la primacía mairenista, no encontraremos un análisis más rico en enseñanzas ni una lección tan llena de humildad, sensibilidad y arte instintivo.

Estas son, a vuela pluma, algunas de las profundas vibraciones que uno emite cuando se deja arrastrar apaciblemente por la ejecución antológica de un maestro al que nunca podremos pagar porque su obra es capaz, en los momentos actuales, de regar el panorama de esencias intemporales cual ansiada lluvia sobre terreno secano.

Lejos de la truculencia amanerada de cantaores oficialistas, lejos de aquellos que intentan intelectualizar el flamenco en lugar de aflamencar a los intelectuales, lejos, en fin, de los mitos populacheros que vociferan y chirigotean, es el pontanés de oro, Fosforito, quien está tocado por la serenidad y por la sabiduría de la madurez. Durante largos años su figura y ejemplo sirven de acicate para todo cantaor que sienta en su interior algo que decir. Su perfecto dominio de la técnica, su entrega constante e inusitada y su agilidad de maestro soberano se encuentran en esa condensación de tiempo y espacio, en esa convergencia de matices que conforma el espíritu flamenco: la queja vivencial de una época que desencadena la fatalidad genética de una tradición.

Este es, queridos lectores, nuestro Fosforito, el supremo señor del cante actual, un hombre que ha sabido crear un cielo a su propia forma de entender el ardoroso sentimiento andaluz. Un hombre que en los tiempos que corren recibe las salutaciones y los aplausos de una generación que le honra como eslabón indispensable en la cadena del flamenco y como el mayor maestro entre vivos del cante.

Pero Fosforito, frente a opiniones contradictorias, sigue cantando y enseñando. Canta y enseña sin mirar atrás, para no hundirse en el vértigo. Quizá, con el correr del tiempo, la cordura flamenca establezca una pensión vitalicia para todos aquellos que se desangraron en el envite y que, por tanto, tienen mucho que decir y más que enseñar. Son pocos -no tantos como se profiere- los que, después de partir en mil pedazos sus gargantas, quebrarse los dedos o las piernas por los tugurios más dispares, están llamados a mostrar su magisterio, la solera viva de este apasionado mundo. Y en el momento presente, en lo que al cante se refiere el maestro Fosforito marca un punto final.

A partir de él confiemos en que el flamenco no derive en la ferocidad de lo liviano, de lo trivial, repetitivo y anodino, cosa que Fosforito, gracias a lo vivido, ha sabido evitar desde la soledad de un parque donde algún día pueda quedar inmortalizado en bronce tibio bajo la caricia de los luceros en la noche fría, animado bajo el cielo estrellado de Puente Genil y donde, en un mutismo de flores y de paz celeste, en un movimiento de brisas débiles, olores de nardos, jazmines y lejanos pregones callejeros, una flor, en su silencio, rodeada por el agua como una lágrima, dé una exclamación de aroma, color y vida, diciendo: «Maestro, gracias, un millón de gracias por tu existencia en el flamenco».

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