28/5/07

CANTAORES CONOCIDOS, COMPAÑEROS Y AMIGOS (1)

PEPE MARCHENA

«La versatilidad flamenca de Pepe Marchena resulta posiblemente única en la historia del cante» A.G. Climent

Luis Caballero

(publicado en CANDIL 49, enero febrero 1987)

Cuando yo me criaba -como se sigue diciendo en muchos pueblos- me gustaba el cante y lo cantaba. Cantaba, como es natural, lógico y normal en estos menesteres, lo que oía, sin saber lo que cantaba ni el valor que podían tener los cantes. Fue por entonces cuando el Niño de Marchena comenzó a prodigarse discográficamente. Había aparecido en los umbrales del cante comercial con una fuerza espectacular de éxitos verdaderamente arrolladora. No había máquina cantaora desde Madrid a Cádiz en la que no sonaran los fandangos de aquel joven ruiseñor nacido nada menos que en la sevillana y flamenca Marchena. Aquellas placas, de las que conservo alguna copia, están impresionadas con la prisa que exigían los límites técnicos de entonces, y este factor, unido a la velocidad melismática de Marchena -máxima en aquellos principios- originaba en los aficionados una especie de esfuerzo disparado no exento de cierta gracia caricaturesca. Todos queríamos cantar como Marchena o lo de Marchena, o lo del Carbonero, o -después- lo de Canalejas, etc. Queríamos cantar lo del último aparecido como novedoso, ya fuera bueno o regular, eso no importaba, lo que importaba era la novedad, la última «creación» del cantaor más de moda.

Mientras tanto rechazábamos despectivamente el «cante viejo», el cante de nuestros antepasados, el cante que también podía escucharse en algún disco y, por qué no, en alguna de nuestras propias casas, en las voces de alguno de nuestros propios padres. Tal vez haya, raramente, quien pueda extrañarse de que así fuera, será porque no ha reparado en que así sigue siendo porque así es. Y es así porque el cante es arte y el arte vive, crece y busca horizontes evolutivos en la juventud, naturalmente mirando hacia atrás para seguir adelante. Que en esa búsqueda el mar de fondo haga naufragar barcos que debieron y debían seguir navegando con cualquier tiempo ya es otra historia.

La nuestra hoy tiene como protagonista de estos comentarios a don José Tejada Martín, más conocido en sus últimas etapas artísticas como Pepe Marchena. y que -tuviera que ver- a nadie le pasa por su mente ni tan siquiera la más remota y leve vulgaridad sospechosa de que en mis propósitos pueda hallarse un solo atisbo de crítica negativa. Ministros tiene la necesaria y oportuna crítica, pero yo soy cantaor, un simple conocido, compañero o amigo de todos.

Mis encuentros con Marchena no fueron muchos, aunque siempre cordiales y presididos por el más serio respeto mutuo. Dicen que el mito es más atractivo que la realidad y así lo creo, pero aseguraría que la propia realidad de este artista resultaba mítica.

Siendo yo un niño fue al teatro de mi pueblo a cantar. Sucedió que, aparte de una racha de paro existente por aquellos meses de 1928, las entradas eran caras y además llovía a mares aquella noche, circunstancia que sólo llevaron al teatro la suficiente escasa cantidad de público como para justificar la suspensión del acto. Cuando el modesto empresario así le planteó la lamentable solución, el entonces ya mítico Niño de Marchena, le respondió subiéndose al escenario para empezar agradeciéndoles a aquellos 25 ó 30 aficionados el sacrificio que habían hecho para escucharlo a él y «los güenos aficionados que eran». Lo cantó todo y sin prisa y cuando el honrado y atemorizado empresario le preguntó por «la cuenta», Marchena dijo: «La cuenta es esta», y le dio un apretón de manos para inmediatamente meterse en un magnífico Lincoln que decían -nunca faltaron leyendas- se lo había regalado una millonaria a cambio de una serenata. Todos los concurrentes que presenciaban el altruista desenlace junto a su elegante automóvil le despidieron, bajo la lluvia, con un atronador aplauso. Aún quedan testigos que lo siguen refiriendo.



Entre admiración, curiosidad e interés por su personal manera y aire de entender y expresar el cante, yo siempre supe de Pepe Marchena, sobre todo a través de mi cuñado Pepe Aznalcóllar. Pero ocurrió que una de esas mañanas en que los flamencos amanecíamos en cualquier lugar donde se podía seguir cantando, me escuchó un amigo suyo y, por las razones que fuera, me gestionó una entrevista con él, a la que cuando me fue posible acudí encantado. Y recuerdo, por cierto, que aquella otra mañana, al entrar en el bar de la cita lo primero que me preguntó, después de saludarme, fue si había desayunado. De momento tenía a ocho invitados desayunando sobre la barra. Marchena era así. Le propuse mi deseo de integrarme en su compañía y me dijo que sí, pero no lo hice. Después fuimos encontrándonos esporádicamente hasta yo dedicarle un trabajo mío y a él ocurrírsele una tarde, desde su chalet en el campo de su pueblo y ya en las últimas postrimerías de su vida, mandarme unas explicaciones cantadas en cinta. ¡No pudo! «Dile a Luis Caballero -encargó a un familiar de su mujer- que... ya ves, me he tomado una sola copa de vino y no puedo cantar». Tremendo para quien vivió cantando.

Marchena fue un caso aparte. Son cantaores aislados, al margen de esa línea «normal» y consecuente por abundante y ortodoxa. Marchena, Vallejo y hasta cierto punto el propio Chacón -por separados entre sí, claro- fueron singulares en sus formas músico-interpretativas. ¿Quién puede seguir las peculiaridades de estos tres cantaores? Marchena, Vallejo y Chacón, gusten más o gusten menos, allá cada cual con sus preferencias, eran genuinos. El campo del cante está sembrado de raíces caracoleras, maireneras, fosforeras, de cantaores gigantescamente grandes, profundos, magistrales, definitivos como el Torre, Tomás, Pastora, todos con cualidades estructurales asequibles a los presuntos seguidores e imitadores como se demuestra día a día, Los tres primeros no. Y vuelvo a advertir, porque conozco los absurdos extremos apasionadamente fanáticos de muchos sectores cerrados a la comprensión y transigencia, que en estas cortas impresiones retrospectivas no se establecen escalas de valores comparativos. Desde mi perspectiva literaria los enfoco a todos como jirones históricos-sentimentales del cante andaluz. Ya se le ha hecho bastante daño al cante, al cantaor y a la misma Andalucía con tanto divisionismo irrespetuoso, ignorante y personal.

José Tejada Martín, el archipopular Niño de Marchena en sus primeros tiempos, para en los últimos llamarse definitivamente Pepe Marchena, murió con resignado valor y serenidad. Había apurado la vida, su vida, hasta la última gota. Días antes de su muerte mi mujer y yo fuimos a verlo. Mi paisana Isabelita, su mujer , nos contó que le había rogado lo amortajara de smoking. Original hasta después de muerto.

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