7/5/07

MANUEL TORRE (I)

CANDIL nº 30 (noviembre - diciembre 1983)

EDITORIAL (con motivo del 50º aniversario de la muerte de Manuel Torre)



No sólo era la tortura de su voz, que la extrajo de la antigua quejumbre del tamaño de los siglos, con sus negros perfiles, al descubierto, de manera que pudieron salpicarnos sus heridas. No sólo era su grito, que a pura dentellada, se acercaba a la boca para que el eco de desgarrados éxtasis, se hiciera inteligible, tal si la memoria de la sangre pudiera dulcificarse con el labio levemente sonrosado de la madrugada. No sólo era su cante insondable legado, sin posible alternancia, corazón de caoba, soterrado fragor de morenas tribus que pugnan por otras relevancias de vida.

También eran su gesto pedernal que al rozarlo los ojos, destelleaba fuego, su gesto majareta de gallos de pelea, renqueantes pollinos y galgos afilados. También era su vida tierna y displicente, agrupada de aullidos, ebria por el sudor de tantos venerandos testimonios, rota desde dentro, antes de nacer, hollada por el tropel de estirpes vengadoras; su vida imprevisible, sin aseados hábitos ni costumbres corteses, só1o fiel al empuje de la inspiración como una torrentera, como un súbito arrebato de elementales ternuras. Su vida inadaptada al coro, nacida de los mismos epicentros del dolor.

Cincuenta años después se sabe, al menos, que el mismo cante jondo tuvo en Manuel Torre hermosa e irrepetible encarnadura

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