Por Paco Vallecillo
(publicado en CANDIL nº 30, noviembre diciembre 1983)

Uno llegó también a conocerlo a través de la directa referencia familiar -paterna en este caso- y conserva una vieja fotografía hecha al final casi de la década de los años 20, en la desaparecida plaza de toros de Ceuta, en ocasión de una fiesta flamenca. En el centro de un nutrido grupo de aficionados, militares y civiles, Manuel aparece con la cabeza levantada en gesto de altivez, un rebelde mechón caído sobre la frente, bien visible la color entre cetrina y renegrida, las palmas de las manos apoyadas en las rodillas y en un gesto hierático y solemne, consciente de su realeza faraónica. Presto a oficiar la ceremonia ritual, a su alrededor los fieles acólitos de turno: Juan y Pepe Torre, Pepe Pinto, el Manquito de Jerez y el Músico Mayor del Reino, Manolo el de Huelva...
De Manuel se ha dicho todo y hasta se han dicho inconveniencias sobre lo que muchos han dado en llamar su limitada riqueza de coplas y estilos. Manuel Torre, se suele aseverar, electrizaba en una media docena de cantes y siempre que los duendes acudieran generosos a la invocación. En una de las muchas tardes perdidas -y religiosamente halladas para un indeleble recuerdo- con Antonio Mairena, cuando repasábamos cuentas pendientes para ponernos al día, como él solía decir, salió -¡ cuántas veces salió!- la conversación sobre Manuel. Como uno tenía por archiconocida su reacción, no tuvo que hacer gran esfuerzo para tirarle de la lengua: -Sí, Antonio, enorme, grandioso..., pero ¿no crees que un poco corto? , ¿no te parece que no se le podía llamar cantaor fundamental, largo? Antonio se enardeció y al desbordarse en sus explicaciones, sólo pude -una vez más- asentir mudamente. Todos los cantes fundamentales fueron dominados por el genio jerezano, aunque forzoso sea reconocer que no la totalidad de estilos o modalidades personales que, especialmente en la Soleá, gozan de una extensísima gama, fueran cantados por él. Pero Manuel no se limitó exclusivamente a esos cantes que suelen ser llamados, con mayor o menor impropiedad, gitanos. También fue grande en toda la gama de cantes del oriente flamenco: la taranta, la malagueña, el taranto, que en su voz y su maestría se convirtió en un cante grande y solemne; la cartagenera, el garrotín, la farruca... y también la petenera, añadió Antonio. -¿La petenera? , demandó mi infatigable curiosidad. -Sí, la petenera. y en el silencio de su recoleto estudio, con aquella deliciosa media voz que no rebajaba un ápice la grandiosidad expresiva del artista, me hizo ver la enorme diferencia entre la petenera de Pastora -escuela de Medina el Viejo transmitida a través del Niño Medina- y una forma más desarrollada y, sobre todo, aunque esto parezca exageración, infinitamente más flamenca.

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