11/12/06

FLAMENCOS EN LOS CALLEJONES (I)

Lejos de las luces escénicas, olvidados de las antologías, solo nos queda la memoria de aquellos que testimonian su existencia y su pertenencia a una casta de artistas que en esta serpenteante historia, lo han sido, aunque ni siquiera existan registros sonoros de sus cantes. En CANDIL se recogen semblanzas de algunos de ellos, que también merecen un lugar aquí.

EL BIZCO AMATE
Mendigo del Cante

(publicado en CANDIL nº 27, mayo-junio 1983)

Hombre de una personalidad muy sugestiva, entre extraña y desconcertante.

Enrique Guillén Carcajosa nace en Sevilla, en el barrio Amate, de donde tomó parte de su apodo, no se sabe en que año exactamente, pudo ser entre 1910 y 1912, así nos lo cuenta Eugenio Cobo, su mejor biógrafo. Aunque le apodaban «el Bizco», en verdad lo que era es tuerto ya que tenía un ojo de cristal.

«Chiquito de Camas» le cuenta a Cobo que Enrique era un tipo simpático, cosa que parece contradecirse cuando después reconoce que era un hombre taciturno, huraño y misántropo; después trataba de disimularlo cuando pedía una perra a cambio de un fandango. Su constante fue el amor, él lo necesitaba con ansiedad, pero nunca tuvo quien le correspondiera.

Casi siempre regresaba a su chabola borracho, donde permanecía muy poco tiempo en ella.

Se emborrachaba porque no encontraba otra manera, otra salida para combatir ese mundo a su alrededor , que él veía distinto y disparatado y que tanto le hacía sufrir .

Porque bebo y me emborracho
a mí la gente me critica,
porque bebo y me emborracho;
si es que supieran los motivos
en vez de criticarme
se emborracharían conmigo.


Aún cuando no tenía amigos, a veces, se reunía con otros, un tal Mediante, o Tajaíta y se ponían a pedir por las casas de vecinos; Enrique cantaba uno de sus fandangos, y sacándose el ojo de cristal y enseñndo la cuenca vacía, pedía: -echarle un bollo duro al Bizco- y a continuación cantaba esa tremenda verdad, este latigazo a la conciencia de muchos cristianos:

Brillantes de perla fina
que al Cristo le regaláis
brillantes de perla fina;
si es que queréis tenerlo contento
repasarle bien la doctrina,
dice darle de comer al hambriento.


Otras veces formando pareja con Tajaíta, pedían en los tranvías. Tajaíta pasaba la gorra. Después hacían el recorrido por los bares hasta que terminaban borrachos y cuando se les pasaba la borrachera seguían otra vez pidiendo. Y así, libre, independiente, pero también mendigando su cante.

El no quería peleas, pero tampoco amigos. No quiere a nadie, no quiere nada, nada espera de nadie y es aquí lo enigmático de este hombre como persona y cantaor.

Si el Cante es en sí, lamento y queja unas veces, y en otras, desacuerdo y rebeldía; más todas esas manifestaciones que el alma humana encierra, donde hay todo un cúmulo de virtudes y buenos sentimientos o por el contrario son faltas y bajas pasiones. Entonces yo me pregunto ¿Qué sentimiento veía o sentía él en el Cante? Quizá él no vería nada más que como vehículo para seguir su pedigüeño transitar , su bohemio vivir. Tampoco le gusta la soledad, ni la independencia. A veces es misántropo, se aleja de los hombres e incluso de sí mismo, de quien tampoco se siente muy seguro. ¿No sería que en sus adentros sintiera un negro odio o desprecio hacia la Sociedad? Tal vez no, pues su acentuada indiferencia hacia ésta, le hace despreciar sus mismas dificultades. Para él la vida es poco menos que nada, consciente así la ve, no hace nada, le da igual todo.

Llega a estar en la cárcel y quizás buscando ayuda o protección se acuerda de la Virgen.

A la Virgen de la Macarena
mis delitos le he contao
a la Virgen de la Macarena;
y ella de pena ha llorao,
qué Virgencita más buena,
llorar por un condenao!


Un tanto bohemio, se ampara en la noche quizás para mejor esconder aún alguna que otra lágrima, que no logran mitigar su eterno dolor .

Manuel Vallejo lo escucha cantar en Sevilla y lo lleva a Madrid donde actúa en el teatro Pavón. Canta algunos días, no está a gusto, desprecia el éxito y se vuelve a su barrio, desaprovechando la oportunidad de mejorar su maltrecha economía. Sigue contando «Chiquito» que cantó con él en Alcalá junto al Platero de Alcalá. Otras veces paraba en el bar Parreño, en Triana. Después se presentaba en algunos concursos en los bares de aquellos tiempos, del barrio de San Bernardo, y daban al ganador cien pesetas. Creo que llegó a tener un bar en la Puerta de la Carne, cerca de los años 50. Allí se reunían varios artistas, entre ellos «El Chocolate».

Llegó a popularizarse con sus fandangos que en parte se parecían a los de Pepe Aznalcollar, pues algunos aficionados trataron de imitarle. También cantó por milongas. Nunca trabajó por cuenta de nadie, quiere ser pobre porque jamás trató de hacerse rico, tiene bastante con un pedazo de pan y con ello se conforma. Parece ser que le molesta más ver la miseria de los demás.

Es siempre fija, como una constante, el cantar a la madre:

No me digas que lo quiera
que a mi mare le peg6,
no me digas que lo quiera;
y el que a mi mare le pega
a ese no lo quiero yo
porque mi mare es muy buena.


Casi siempre cantó a la mujer, al amor, pero siempre con el marcado acento de la desconfianza, la lujuria o la tristeza.

Cuando entro en tu jardín
piso con mucha finura,
cuando entro en tu jardín;
las rosas se vuelven locas,
y es que tienen celos de mi
cuando te beso en la boca.


Y así vivió y cantó este hombre, que arrastrando una existencia más propia de un análisis psicológico que un examen flamenco dejó de existir un día en que cansado de morir todos los días, no opuso resistencia cuando estando debajo de un puente, las aguas decidieron llevárselo para siempre.

Después la afición lo ha olvidado y ya no es más que un recuerdo lejano.