22/3/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (IX)

FOSFORITO Agustín Gómez (III)

Unidad de estilo

Si analizamos u observamos el cante de Fosforito, veremos que puede éste clasificarse en grandes apartados de cante: malagueñero, gaditano, levantino..., etc. Pero ya no sé si habrá más contenido personal del propio artista en tales distinciones localistas que efectivas particularidades locales. Creo, efectivamente, que no se proyectan las localidades cantaoras sobre el artista, sino al contrario, el artista sobre estas localidades. Tal y como debe de ser en arte. La belleza, como el arte, es una proyección sentimental del propio artista sobre el objeto. Es el artista el que ha de dar su propia interpretación del objeto, del mundo que le rodea, y es realmente esto la único que interesa en arte, porque para dar una imagen objetiva, realista de las cosas, están las máquinas. Los cantes locales en la expresión artística de Fosforito serán su propia visión del localismo, serán tratados bajo la óptica personal del artista en cuestión; empezarán por darnos ya la primera muestra de su aportación personal al Arte Flamenco.

Cualquier cante local tratado por Fosforito cobra una imagen diferente y diferenciadora. ¿Es lo que sucede con todos los cantaores? Es lo que debiera suceder con todos los artistas, porque no se es artista si no se establecen matices diferenciadores correspondientes a la propia personalidad, y todos los cantes locales, por diferentes que sean, cobran entre sí unidad de estilo personal; es el sello del artista lo que da unidad diferenciadora sobre la diversidad temática. Y por ahí hemos de entender la aportación del artista: la valoración que hace del mundo que le rodea, del objeto; la proyección de su propio «yo» sobre el modelo-objeto de su arte. En el retrato que puede hacer un buen pintor debe de haber tanta identificación del personaje retratado como del propio pintor, de tal manera que si se trata de un retrato psicológico, la sicología del retratado ha de fundirse con la sicología del retratista.

En el caso del Cante actual hay un denominador común entre los localismos cuando son interpretados por Fosforito, que es eso que hemos dado en llamar así, en abstracto, «lo fosforero». Descender a lo concreto sobre su personal modelado de formas específicas como..., ¿qué sé yo», «verdiales de los montes de Algarrobo», o tantas mineras modeladas con el barro de un fandango, sería minimizar el fenómeno de su aportación personal al Cante.

«Fino amargoso» de mi tierra

Veamos otros aspectos de la aportación unitaria y generalizadora de Fosforito al Flamenco:

¿Quiere el «bel canto» alcanzar la expresión angélica? No sé; el Cante, nuestro Cante, desde luego, no; acepta, sí, su condición humana, aunque en permanente rebeldía. Hombre que sufre y goza, ríe y llora, siente y padece; ofrece en su comunicación lo que lleva dentro. Cantando se consume y se libera. «La voz de Fosforito -dice Pablo García Baena- pelea broncamente -como Jacob- con el ángel del frío, esquiva en gracia el plegado armonioso de la musa y se entrega tronchada, balbuciente, enfebrecida, al deseo negro del duende».

Algunas veces hemos oído a Fosforito con la voz cansada... ¿Cansada? ¡Qué falta de sensibilidad! : «Cansada» decimos a lo que Pablo llamó mucho más bronca, «voz tronchada, balbuciente, enfebrecida...». Me he dado una vuelta por el público y escucho unánime el comentario: «Fosforito está hoy mal de la voz». Respondo que está hoy mucho mejor de la voz, cualquiera de los últimos días, que cuando en 1956 obtuviera el premio absoluto del Concurso Nacional de Córdoba, cuando nos conquistó a unos pocos y descubrimos en él una autenticidad de valores que habrían de constituir la jerarquía básica para un renacimiento flamenco. Lo que hasta entonces podía ser nostalgia, recuerdo, hallazgo ocasional de un rincón de la geografía andaluza, o de un tímido rincón madrileño de nuestro Arte, para volver a perderse o ignorarse, se hacía realidad espléndida, agresiva y constante con Fosforito.

Han pasado treinta años y muchas cosas en ellos. Fosforito sigue como punta de lanza. ¿Pero qué pasa con Fosforito en esa actuación bajo cuya impresión interesa nuestro comentario? (Obsérvese que no hablo de un momento feliz, sino de ése que se tiene por menos afortunado y susceptible de aparecer en cualquier momento de la vida de un artista, de un hombre). Cuando termina cada cante, ese público le aplaude a rabiar. ¿Por qué? Porque comunica y hace sentir; su expresión es caliente, su nervio es una vibración total. En la medida que su voz está más rozada, produce más calor en la cabalería, que no galería. Y es natural, la voz es un cuerpo sonoro, y todo cuerpo se calienta y transmite su calor con el roce o frotamiento; por eso, una voz lisa, fácil, fluida, engrasarla y limpia, es una voz fría. Por otra parte, nunca se podrá decir que esa voz rozada, si es la de Fosforito, que sea una voz apagada, pues ninguna tan vitalista, tan animosa, tan apasionada; más enfrentada y rompedora de nieves como de nieblas en la garganta; a la que mueve un impulso gigantesco aunando en su tensión a todos los músculos del cuerpo. Voz que si «tronchada», tanto más «enfebrecida»; si « balbuciente» , tanto más expresiva.



¿Qué se entiende por una buena voz flamenca? Acaso sea que el sentimiento está en abierta contradicción con el entendimiento. Aunque en materia de Cante es mejor sentir que entender, cada cosa tiene su valor. Debería de hacer una correlación entre sentimiento y entendimiento, pero ¿cuántas veces se aplaude con el corazón lo que no se entiende con la mente? No cabe decirse lo contrario al mismo tiempo, porque el aplauso es un impulso y los impulsos son del corazón; la mente, en cambio, nunca aplaude. (He visto en una peña flamenca de Málaga y en otra de Huelva que no se aplaude al artista por buena que haya sido su actuación, cualquiera que éste sea. Acaso sea ese detalle una indicación de que sus peñistas quieren ser cerebrales. Difícilmente lo consiguen, ya que les delata su corazón al sustituir los aplausos por un murmullo repetitivo y demostrativo de su aprobación y entusiasmo por el artista. El corazón brota a raudales siempre que está emocionado; si no aplaude, murmura difícilmente contenido. Que nadie se reprima y aplauda sin complejos. ¿Qué más da la manera de manifestar el entusiasmo? Por otra parte, nada perjudica más al Arte y a sus artistas que un aficionado que presume de tener tanto cerebro que oprime su corazón).

Sí, los hay que aplauden con el corazón lo que no entienden con la mente. No es otra cosa que la memoria perdida de lo que somos. Somos de nuestra época, sí, ¡pero tan desarraigados...! Hemos olvidado las claves flamencas, hemos perdido gran parte de nuestra identidad; pero tenemos esperanza de recuperarla: nos queda el sentimiento. Recordemos al poeta Juan de la Plata:

«Cantaor de pena honda,
tienes la voz amarga
como el vino de mi tierra»
.

Esta dicotomía entre sentimiento y entendimiento onubilado por influencias extrañas y, por otra parte, inevitables del mundo en el que vivimos, se hace armonía en el arte fosforero, y me parece otra de sus grandes aportaciones estéticas y conceptuales al Arte Flamenco de hoy. No sé si será buena esta definición, pero es la que tengo a mano: el Arte Flamenco es la tradición renovada en nuestro pueblo por la aportación personal del artista. De manera que así como decía Eugenio D'Ors: «en arte la que no es tradición es plagio», nos atreveríamos a añadir nosotros que la tradición es una actualización de lo ancestral. Y veamos la que nos aporta Fosforito a este respecto:

(continuará)

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