27/3/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (XI)

FOSFORITO Agustín González (y V)

Cantaor en lucha

Y son estas las virtudes de Fosforito. Una voz que irrumpe en 1956. (Puente Genil ya le conocía mucho antes, como Cádiz o Málaga. «Un niño sabio -me decía un guitarrista de aquellos círculos flamencos gaditanos- era Fosforito antes del 56»). Una voz que irrumpe para superar la norma y los gustos por los «canarios» y «jilgueros», una voz extraña en el año 56; oscura, que con grandes limitaciones de metal y timbre llega a alcanzar incomprensiblemente, sin falsas modiicaciones en su cuerpo sonoro, las más diversas tonalidades y registros. También la voz de Manuel Torre nos parece hoy limitada, aunque su eco flamenco nos cause veneración. También la voz de Chacón nos parece muy extraña, y ya se decía de Juan Breva « el gigante con voz de niña».

En aquel momento de su aparición, la voz de Fosforito era incomprensible. El pueblo tenía aun más perdida su identidad flamenca con el halago de las voces aflautadas y gaiteras. De momento se encuentra con su propia voz; dura, agrietada y tostada por los aires , el sol de todos los inviernos de aceitunas heladas y siegas asfixiantes. No, no quiere reconocerse en ella y el cantaor entabla su lucha, hasta que por fin, ese pueblo, reconoce su propio eco, su paladar seco como el vino de la tierra; es el grito natural del campo, de la mina, de los barrios bajos de la ciudad. El otro había sido un cante halagador, el de los jardines y salones galantes, el de las camisas de chorreras; un intento de hacer olvidar al pueblo su propio cante, su propio arte, su propia expresión. Fue doloroso el encuentro con la voz de Fosforito, pero esa era la voz. Para reivindicarse el pueblo andaluz, con una cultura autóctona, tenía que reconocerse; fue duro el encuentro, pero al fin se aceptó. A partir de esa aceptación cabe ya iniciar la marcha. En esta como en otras cosas, hay que sanear la propia identidad para iniciar la marcha.

¿Por qué son los hitos en la historia flamenca? -El momento histórico puede equivocarse; la historia no se equivoca nunca. Sigamos: ¿Capacidad creadora? ¿Qué otra cosa puede ser ese fenómeno de Fosforito que ajustándose a las más estrictas normas de tradición y pureza puede aparecer en su repertorio con tan fuerte personalismo que enseguida queda acuñado como cante fosforero? ¿Qué cabe en un arte tan tradicional y tan hecho como el nuestro, en orden a la creatividad, sino imponer y señalarse con un sello personal? ¿Qué otra cosa que el personalismo define más al andaluz y al Flamenco?



También Manuel Torre fue de esta guisa. Hoy aceptamos que Manuel Torre fue un archivo de siguiriyas y que no creó ninguna de ellas; sin embargo, su sentido interpretativo, su vigor, sus cadencias, sus notaciones, su expresividad personalísima y sobre todo, su extraordinaria capacidad de síntesis, de esquematización musical, imprimen un nuevo carácter al Cante hasta el punto de que, si fueron estilos anteriores a él, después de él sólo pueden ser, en esta manía clasificatoria de la flamencología, «siguiriyas de Manuel Torre».

Tampoco Chacón partió de cero aunque fuese un músico genial. Levante tenía un acerbo musical flamenco en la suma de sus cantaores mineros: con Chacón puede hablarse ya de un género levantino-andaluz. ¿Qué nos dio Chacón? Una versión personal de aquel mundo minero que dejara de serlo en su sentido estricto, para ser la versión andaluza de quienes no vivían la problemática minera. Con Marchena vendría a perderse en una vegetación de formas y florituras, en preciosismo gutural; canto epidérmico en definitiva. Con Fosforito vendría a encontrarse de nuevo, fundiéndose espíritu y forma, en la raíz del grito primero que arrancara de la sierra minera y la cuadratura técnica del ritmo. Con Fosforito vuelve el grito y el esquema del espíritu cantaor minero en su versión personalísima.

Observemos los arreglos personales de cualquier cante de Fosforitoto: esa minera-taranto, elaboración basada en un tercio fandangueril de Cayetano; esa siguiriya definitivamente fosforera, con la base anterior estilística atribuida en Jerez a Parrilla el Viejo «Comparito mío Cuco»; el arreglo -más bien actualización- de la petenera de la Niña de los Peines, en el último tercio de ascensión valiente y ejecución rítmica en la cima y descenso de curva melódica... Veremos en todo ello la esencialidad de la arquitectura melódica de los distintos estilos, la síntesis como cualidad expresiva específicamente andaluza y por antonomasia, flamenca. La siguiriya de «Santiago y Santa Ana» está registrada por muchas voces en las «setenta y ocho revoluciones». Si se atribuye, salvando la posible ascendencia de Curro Dulce, a Manuel Torre, es porque sólo éste la simplificó, la redujo al esquema, esto es, al «sumum» de la expresión flamenca.

Recordemos la manera que tenía Caracol de dejar un tercio como esbozo y planificación de un mundo de formas inagotable. Recordemos el «pellizco» de Aurelio en sus soleares de Cádiz. No; a los cantaores no les viene gratuita su inclusión en la historia, ni por el revuelo que pudieron formar en su época. Les viene por lo que tienen de esencia para esa historia. La historia es tiempo y espacio, y ambas dimensiones curan, purifican, seleccionan; lo clarifican todo.

Asidero en la presente encrucijada

Todos tenemos la idea de lo que supone para el Flamenco la facultad de síntesis en su ejecución, pero en la actualidad nos vemos ganados por la grandilocuencia y la ampulosidad. Esto, en oratoria, otras formas de literatura y arte en general, ha sido superado; pero en el Flamenco, que es arte también, vamos, si bien en el mismo proceso de evolución, con retraso. Vivimos ahora mismo la época neoclá- sica en el Flamenco con muy halagüeñas señales de superación, si bien existe un gran peligro de involución, de retroceso, si volvemos al gusto preciosista que también asoma de nuevo en un balanceo de gustos y estéticas. Sería tanto como si el inmenso mar de nuestro Arte se estrellara contra las rocas, formando en su confín esa espuma o barreras de olas que van y vienen repitiéndose a sí mismas. Se oyen demasiadas voces de nuevo que recuerdan con entusiasmo el marchenismo. Todas las épocas acaban por cansancio y agotamiento de sus propias formas, por lo que hemos de buscar alternativas al balanceo que inevitablemente ha de producirse, pero siempre hemos de ir hacia adelante por el camino que dictan los valores eternos que definen nuestra idiosincrasia y, por lo tanto, nuestro Arte. Salvemos esa decadencia que retuerce las formas y cubre sus vejeces con quincalla. Sobre todo, apoyémonos en la historia, pero no volvamos hacia atrás, sigamos haciéndola. Hemos tenido treinta años de cante seco y probablemente necesitemos endulzarlo o -¡qué sé yo!- refrescarlo; pero, cuidado, no le aflojemos la expresión, no lo ablandemos, no lo aclaremos tanto que se quede en el puro formalismo; habremos perdido su esencia y su propia definición de flamenco. Otro peligro -decíamos- es seguir machacando con la grandilocuencia; por ahí llegamos a otro tipo de teatralidad más grotesca todavía. Cuando estamos diciendo que el Flamenco ha ganado en técnica, nos olvidamos de esa virtud que fue norma en los cantaores de antaño: apretar un tercio, afilar la voz, cortar en seco; alcanzar la difícil armonía de la simplicidad, de la sencillez. El espectáculo que nos ofrecen muchas voces triunfadoras de hoy es engañoso: voces que se embarcan y no pueden volver al puerto de una resolución airosa y de un solo trazo; que se hacen reiterativas con innumerables apoyaturas. Cuanto más pensamos en esto, más valoramos el arte de Fosforito. Porque con las virtudes de antaño, las específicas de un cantaor eterno e intemporal, con un respeto total a las formas tradicionales, ha puesto su nombre a todas sus interpretaciones y las ha puesto al día; les ha dado un sentido moderno y universal del ritmo, de los tiempos musicales, aun para aquellos que llamamos «a voluntad». El compás ha podido ser anterior, de siempre, pero el ritmo con acento sincopado es a partir de Fosforito en el Flamenco. Ha dado consecuencia lógica y remate a muchos cantes que, mentados en nuestra época de manera incompleta, les ha dado estructura de pieza musical completa. Ha dado perfil definido y contundente y evolución.
Todo esto tiene tanto más mérito por cuanto coincide su tiempo y espacio profesional y artístico con el gran maestro, restaurador y mentor Antonio Mairena. El tiempo futuro tendrá en Fosforito una pieza clave para entender nuestra época cantaora y será entonces un hito, un motor de la 1istoria íntima de nuestro pueblo.

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