20/3/07

ANTONIO FERNANDEZ "FOSFORITO" (VII)




FOSFORITO (Agustín Gómez) (I)

Cuando llegaron a Córdoba sus "bodas de plata" de actividad organizativa de concursos y festivales flamencos, quiso significar todo su esfuerzo y mérito en la persona de Fosforito, nombrándole Hijo adoptivo y publicando un libro, con su nombre por título, que testimoniara el binomio cordobés de arte-afición flamenco. Si alguien pensó en oportunismo político de un Ayuntamiento democrático que olvidaba la importantísima gestión política que supuso en su día la creación en Córdoba de aquel concurso primero de "cante jondo", 1956, con los esquemas lorquianos de 1922 en Granada, que olvidaba a tantos y tantos gestores que lo hicieron posible, pronto tuvo ocasión de comprender que, si bien el arte se puede mover por una política cultural más o menos oportuna u oportunista, sólo el arte verdadero deja huella en el pueblo, remueve su sentimiento y es agradecido por éste. Es por eso que cuando el Diario «Córdoba» hace una encuesta sobre «dos cordobeses del año», los cordobeses votamos a Fosforito en la rama de «artistas». Hay otros muchos artistas en Córdoba de géneros muy diversos, no necesariamente escénicos; es igual, para el pueblo de Córdoba no hay otro artista máximo que Fosforito, «el elegido».

Puente Genil, su Pueblo natal, ya había vibrado en incordios y satisfacciones con todo el aire que respiraba quien, al fin, sería su hijo predilecto. Muchos pontanos del pasado y del presente merecen ese título, pero ninguno tan mirado y tan presente en el propio pueblo como Fosforito. Nombres de calles, pasajes y paseos en sus pueblos naturales y de adopción son ya el nombre Fosforito; nombres de peñas aquí y allá... Me detengo en una distinción muy significativa por lo que tiene de irrepetible: por el mes de junio pasado, la institución jerezana de ámbito nacional denominada «Cátedra de Flamencología», nombraba presidente y director honorarios de la misma al escritor y flamencólogo hispano-argentino Anselmo González Climent, y al cantaor Antonio Fernández Díaz «Fosforito», respectivamente, en atención a los méritos que en los mismos concurren por su brillante actividad, en los campos intelectual y artístico del Flamenco.



Tanto el señor González Climent como «Fosforito», ya pertenecían a la denominada «Cátedra de Flamencología», desde hace tiempo, como «numerarios». Y aquí lo irrepetible, y por lo tanto, más importante y honesto, honestidad de la propia «distinción» que no aspira a rentabilizarse, por sí misma, en publicidad al repetirse cada año: ambos vienen a sustituir, por fallecimiento, al escritor Tomás García Figueras y al cantaor Antonio Mairena, que ocuparon durante muchos años las distinciones de presidente y director honorarios, respectivamente, de la citada institución jerezana.
La noticia, recibida de la propia «Cátedra», nos llenó de satisfacción y orgullo. «Fosforito» ya tenía desde hace tiempo sus propios reconocimientos y homenajes, tantos como este pueblo flamenco otorga por su sentido de la justicia, de la compensación, del cariño, de la generosidad, de la trascendencia e intrascendencia, seriedad y «ojana», competitividad, oportunidad..., etc., etc., pero creemos también observar cómo iba progresivamente sucediendo al maestro Mairena en aquellos que a éste le eran propios. Cuando Mairena se retiró de los festivales, «Fosforito» heredó de manera natural, por emanación de su propia autoridad artística y moral, ese puesto de honor de cerrar la primera parte de los festivales. No ignoramos, sin embargo, que hoy ciertos artistas imponen por su fuerza en taquilla, por su «gracia» venida de bóbilis-bóbilis, mediante contrato, cantar antes de las dos de la mañana, o cerrar esa primera parte de festivales. Jamás Fosforito tuvo que imponer tal requisito, pero la mayoría de festivales se lo dieron, por lo menos aquellos que se lo daban a Mairena, que son precisamente aquellos que saben de dignidades y dar al César lo que es del César. Cuando falleció Mairena, nuestro impulso homenajeador, viudo de Mairena, se consoló con Fosforito, quien además de los suyos propios empezó a recibir aquellos homenajes que llevaban «caché» mairenista, curiosamente Fosforito que ha sido el menos mairenista, nada mairenista, de los cantaores actuales; aunque sabe rendir pleitesía con frecuentes recuerdos de cariño y respeto a su amigo y compañero -mentor, si se quiere- Mairena. La designación de la «Cátedra», efectivamente, nos parece sumamente significativa. Los más susceptibles pensarán que estamos sugiriendo «llaves» y «cerrojos». Habrá «viudas» inconsolables de Mairena que se ofendan gravemente con lo que entenderán atrevidas, insensatas e inoportunas insinuaciones nuestras. No; decididamente no. Hemos dicho una y mil veces que no queremos ni creemos en más «llaves» simbólicas porque, sencillamente, somos mayores de edad. No obstante, los hechos son los hechos, y es un hecho que CANDIL me ha pedido un trabajo, éste, en homenaje a Fosforito.

De ninguna manera pretenderíamos capitalizarlo -poco capital podríamos aportar nosotros-, ni mucho menos justificarlo. Un homenaje no necesita justificarse cuando es de admiración. La sensibilidad se despierta y se pone en sintonía movida por un estímulo que en la mayoría de las ocasiones no tiene explicación. Nadie intente explicar por qué esto es así, si acaso, es simplemente eso, una cuestión de sintonía: un aparato emisor y otro receptor que se encuentran en la misma sintonía de sensibilidad, de fibras nerviosas, de neuronas, o vaya usted a saber .

Sin embargo, a veces uno intenta airear sus razones o sus pasiones. Es honrado hacerlo y es saludable. Es también generosidad para con los demás que uno intente hacer que los demás compartan sus criterios, sus gustos, sus aficiones. Es la manera que tendremos todos de enriquecernos mutuamente. Anotemos bien que no hablo de generosidad para con el homenajeado, que éste, más bien y si hemos de ser rigurosos en la verdad, es el objeto utilizado para nuestra exhibición o el objeto en donde se proyecta nuestra manera de entender el fenómeno flamenco.

Queremos situarnos de frente; no escapar por las ramas. Fosforito es primeramente un hombre de nuestro tiempo. Ya tendrá por ahí algún hagiógrafo que se ocupe de ese aspecto. Fosforito es un profesional del espectáculo flamenco. Presumo que ese aspecto interesará a organizadores, agentes artísticos y público en general que paga su entrada para verlo en un lugar y a una hora; incluso, a compañeros y coordinadores. Sería para mí andarme por las ramas hablar en este caso del hombre y del profesional. Lo más fácil para mí sería hacer su biografía. Todo esto, entiendo, sería escapar a mi responsabilidad. Hablar de cante -y para eso estamos- es hablar de Fosforito cantaor. Es ahí en don- de el toro nos puede coger por los cuernos; pero no hay otra actitud más hermosa si estamos en el ruedo. El tema está fijado: Fosforito, cantaor; Fosforito, artista.

El Cante es arte y el arte es comunicación. Hay una vibración en Fosforito, una dinámica, una energía vital que llega directamente al espectador (espectador en su calidad de ver y oír). Es una armonía total de gesto y sonido, vibración armónica de plás tica y sonido que se suma en un solo cuerpo a su elemento de acompañamiento, el guitarrista. Por eso, la medida y la afinación son para él los principales valores musicales. Puede entenderse así el arte como una matemática; pero nuestros padres, los griegos, sabían muy bien, y nos demostraron mejor, que no hay arte sin matemática. También -nos prevenimos- la matemática puede tener una connotación peligrosa con la «cabeza», la «inteligencia» cuando, parece ser, el arte es más asociado al «corazón», a la sensibilidad. ¿Pero es que no es matemático el corazón en su trabajo de bomba impulsora de sangre como de sensibilidad? ¿Es que no parte nuestro sentido de la matemática del ritmo del corazón? Es por eso que el arte ha de tener «corazón» y «cabeza». Sin «cabeza» cae en el ridículo, sin corazón carece de comunicación.

(continuará)

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