22/1/07

EL PIYAYO

(publicado en CANDIL nº 48, noviembre-diciembre 1986)

Rafael Reyes Nieto «El Piyayo» (Málaga, 1864-1941), tuvo una vida pintoresca y azarosa, desde soldado en la guerra de Cuba a presidiario. Su cante es fiel reflejo de su vida. Un tango irregular con aires de carcelera y guajira, que se acompañaba él mismo a la guitarra en constante improvisación .

SOBRE "EL PIYAYO"


Juan Calderón Rengel

Hace unos años se publicaron en el diario SUR, de Málaga, unos artículos con entrevistas a personas de distintas edades, profesiones etc., sobre si habían conocido o no al «Piyayo» o, al menos, habían oído hablar de él. No tengo a mano los trabajos, ni siquiera puedo asegurar que los conservo. No se trata de estudios sobre este personaje, sino más bien de una encuesta de la que pudiera deducirse, con garantías de autenticidad, la erosión que el tiempo -ese enemigo del hombre- va causando inexorablemente en nuestra memoria, en todo nuestro ser. Resultó de aquella prueba que nadie o casi nadie había conocido al «Piyayo» ni había oído hablar de él. Y no porque no gozara de popularidad en su tiempo -que sí la tuvo y grande-. Y es que Málaga la cantaora había empezado a olvidar a una de sus figuras flamencas más representativas y trascendentes.

Pero aquí se produjo su renacimiento, pues cuando muchos de los profesionales del cante (algunos incluso importantes) eran relegados al más negro olvido y allí se quedaban anquilosados y estancados, los «jipíos» de este gitano serio, silencioso y desgarbado volvían a sonar y resonar en cafés y tablaos, y sus «ayes» han vuelto a ponerse de moda para alcanzar ese «status» de solera y definitiva consagración, que es como un espaldarazo de vigencia. Y eso, digo yo, será por algo. A mí no me cabe duda de que la principal labor de mantenimiento, conservación, vigilancia y mejoramiento de la pureza del cante la llevan a cabo las «peñas», que agrupan en sus cenáculos a aficionados, o, sencillamente, amantes de esta faceta de nuestro «folklore». Hoy se puede avanzar mucho en este terreno por la abundancia de medios técnicos apropiados y cada vez más perfeccionados de que se dispone. Hoy, el que no aprenda a cantar flamenco, o por lo menos a entender de él, es porque no quiere o no esté mínimamente dotado para ello, pues facilidades no le habrían de faltar. Por lo pronto, ya está funcionando por ahí algún que otro centro, impartiendo estas enseñanzas. «Cosas veredes que harán fablar a las piedras».

Creo que esta reaparición o renacimiento no pueden deberse a pura casualidad. Aquí se ha operado un cambio de ambiente y estilo en el panorama y gustos flamencos del pueblo y para que ello haya podido ocurrir ha sido necesario que lo que va a renacer tenga calidad artística. De todas maneras, se ha caminado a veces a grandes pasos, bien porque la afición tácitamente lo ha ido exigiendo así, y otras temerariamente para recobrar el tiempo perdido. Ambas cosas son enemigas de nuestro cante, en el que no caben saltos felinos, desde el olvido hasta la excesiva e incontrolada euforia. No creo que haya hoy cantaor que no lleve en su repertorio alguna cosa del «Piyayo».

Pero también ha contribuido a la producción del hecho que venimos comentando la inclusión por González Marín, en sus programas de recitales, de la poesía «El Piyayo», de José Carlos de Luna, en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la guerra, poesía incluida entre las mil mejores de la lengua castellana. La mayor parte de la producción poética del nombrado autor creo que lo fue con miras a que se adoptase por el gran recitador cartameño, como así ocurrió, figurando entre otras «La taberna de los tres reyes», «Solearillas», «El Cristo de los Gitanos», «Caracoles», «Ritmo de tanguillos del Campo de Gibraltar», «El fandango de Juan Breva», «La misa mayó del pae Miguelito», «El café de Chinitas», «La Golondrina», «La Anica Amaya», etc. La primera edición tuvo lugar el mes de agosto de 1934, siendo el precio del volumen de siete pesetas. Recuerdo que lo adquirí en una de aquellas bibliotecas ambulantes, que recorrían ciudades y pueblos para promover entre la gente la afición por la lectura. González Marín aireó la poesía por los cuatro puntos cardinales con magníficos resultados.

El primer verso del repetido poema dice así: «¿Tú no conoces al "Piyayo"?». Cuando se escribió aún vivía el protagonista. Yo le conocí, aunque nunca hablé con él. Pero parece que existe una confusión (que no resta mérito literario a la composición) entre el verdadero «Piyayo» y otro cantaor llamado «El Rabúo», que también, adornándose de una guitarra, cantaba y bailaba en tabernas y en las calles, pidiendo después limosna a los oyentes. Conservo en mi memoria imágenes borrosas, vagas y difuminadas de un hombrecillo bailando en una calle de mi pueblo, acompañándose de una guitarra, vivo como una centella y saltando como un cigarrón. Era «El Rabúo», cantado por José Carlos de Luna como si fuera el verdadero «Piyayo», que no era como erróneamente dice el poeta:

«Un viejecillo renegro,
reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo tiñoso
que pide limosna por tangos
y maldice cantando
fandangos gangosos...»
.

Me parece que aquel hombrecillo, entre otras coplas que no recuerdo, cantaba una que decía así:

«yo soy el Malacatín,
y tengo menos vergüenza
que "tos" los que hay aquí»
.

Los oyentes, en su mayoría corredores, tratantes, ganaderos y feriantes en general, se solazaban en la choza donde tenía lugar el «espectáculo», fumando sin parar tabaco de contrabando y tomando cortados de aguardiente seco.

El verdadero «Piyayo» me lo mostró un amigo en Málaga una noche de junio de hace 50 años, cuando tomábamos café en un bar de calle Larios.

-¡Ahí va «El Piyayo»! -me dijo- y yo, disimuladamente, salí a la calle y le seguí un poco. Llevaba su inseparable guitarra en bandolera y sombrero cordobés, e iba mal vestido. Era alto, algo encorvado. Otro día que le vi como un sonámbulo, con unas copas de más, iba monologando. En las dos ocasiones, solo.

Las coplas de su cante son generalmente jocosas, asentadas en un poso de humor y tristeza, que, ante el contraste, hacen sonreír -y pensar- al auditorio. Y es que este cantaor «sui generis» tiene duende, que es algo que sin voz, sin academicismos, con muy pocos recursos, presta al cante una gracia especial que lo eleva, así como al auditorio, a regiones de inevitable e incomprensible escalofrío.

He aquí algunas de las letras de este cante del «Piyayo»:

«Adiós, patio de la cárcel,
rincón de la barbería,
que al que no tiene dinero
le afeitan con agua fría».

«Adiós, Málaga la bella,
tierra donde yo nací
que pa todos fuiste madre
y madrastra para mí».

«El día que yo te vea
hablando con quien tú sabes
te toca el premio mayor
de los números cabales...»
.

Finalmente, recuerdo con toda fidelidad unas estrofas flamencas que se cantaban mucho hace más de medio siglo, y que hoy casi nadie las conoce. Son los versos del absurdo, del disparate, a los que tan aficionados eran los antiguos cantaores. No sé si «El Piyayo» las cantaría. Desde luego, en mi pueblo sí se conocían, y me han llegado por tradición oral, a veces a golpes de memoria, pues no tengo ningún dato, nota o tratado donde haya podido leerlas. Por otra parte, llevo cincuenta y tantos años conservándolos por ese procedimiento, y si a veces, años atrás, he requerido su presencia en cualquier reunión familiar o de amigos, han acudido prestos a mi llamada, sin un fallo, sin una detención, sin un tropiezo, para dormirse nuevamente hasta otra ocasión propicia. No sé cuándo ocurriría esto la última vez. En cierta ocasión pregunté a un flamencólogo, y me dijo escuetamente que parecía cante del «Piyayo». La verdad es que a mí también me lo ha parecido siempre.

y aquí trascribo la letra:

Yo salí de mi cuartel
con hambre de tres semanas,
y me encontré un cirolillo
cargaíto de manzanas.

Empecé a tirarle piedras
y caían avellanas,
y al ruido de las nueces
salió el amo del peral.

" ¿Está usted cogiendo uvas,
siendo mío el melonar?".
Me tiró medio ladrillo
y me pegó en un tobillo,
me hizo sangre en un colmillo
y me dolió hasta el morrillo.

Yo fui a la venta a curarme.
El ventero estaba malo
y la mujer no lo sabe.

Las cabras están en misa,
las mozas en el corral,
los platos friegan y barren
y la escoba en el vasar.
En el cajón está el vino
y en la calabaza el pan.

1 comentario:

Miguel Ángel del Pozo dijo...

Rafael Flores Nieto "El Piyayo", muere el 25 noviembre 1940 -documentado fehacientemente-, no wn l941