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PEPE DE LA MATRONA (I)



Conversaciones entre cante y cante

Por José BIas Vega

(publicado en CANDIL nº 13, enero.febrero 1981)

¿Cuales fueron sus primeros comienzos profesionales?

De los dieciseis a los diecisiete años.

Pero cuéntenos algo de su vida profesional. ¿Cómo empezó a desarrollarse?

Iba a algunos pueblos, «pa» cantar como otro más. Hasta que llegó el Conejo a Sevilla. Era «mataor» de toros, y por la feria hicieron una fiesta y entró Pepe Villalba en la juerga, y como yo les caía bien a los mayores, porque les respetaba, Villalba me llevó. Era de la provincia de Huelva, de Villalba, y me anunció: «Vais a escuchar a un chiquillo. está por aquí' ahora 'cantando». «Bueno, pues que venga»... y me llamaron. Gusté.

Aquel mismo año, sería por el cinco «pa» el seis llegó a Sevilla un señor de Córdoba que tenía negocios de juego y se los había suspendido el Gobernador y le dijo Conejo: «No te apures, hombre -el de Córdoba tenía la Cervecería de la calle Gran Capitán, esquina a Gondomar- que tu negocio es bueno y si está «cerrao» el juego, ¿por qué no pones algo de cante para los forasteros? Busca a un chiquillo que ha estado con nosotros cantando, o pregunta por Villalba, que él sabe donde encontrarlo». Fue al Pasaje del Duque y Villalba, que me llevaba a mí veinticinco o treinta años le contestó: «Sí, hombre, sí, yo le puedo encontrar. Venga Vd. vamos a llamarle». Entonces se puso al habla conmigo. Yo ya estaba comprometido «pa» venir a Madrid, al «Café del Gato», que lo tenía una señora casada con Guerrerito el torero, la llamaban la Igorrota, pero yo no tenía contrato ni nada, simplemente estaba apalabrado, y me dicen: «¿ Te quieres venir a Córdoba a cantar?» Yo, que estaba deseando que me llevaran a cantar a donde fuera, fui a Córdoba por un mes. Y estuve allí seis; por una razón; porque entonces a Guerrita le respetaban mucho Ios toreros y Guerrita se puso en la primera fila que pusieron de sillas para oir cantar, y me dijo el amo del café, que era muy amigo de él: «Bríndale una copla, niño». Guerrita era el amo de Córdoba, y se me ocurrió decirle: «Don Rafael. este cante va por usted». Y le cayó bien. Con decirle que me quedé allí y estuve seis meses...

Venía por mí Guerrerito el torero y le decía Rafael El Guerra: «¿Por qué no nos deja usted al amigo Núñez otro mes?» «Porque está abierto ya el «Café del Gato» y lo necesito». «Déjelo usted aquí, hombre». y claro, le hacía caso. De manera que ya tuve yo que decir un día: «Don Cayetano, que Guerrerito va a pasar por aquí y me va a dar un tiro. Y me vine a Madrid por el año seis y siete, al «Café del Gato». De allí me fuí a «Naranjeros», con el tocaor Luis Molina, y otro tocaor, Angel de Baeza. Este pasó después al de la calle de la Victoria, en los locales del «Bar Eritaña'». Empecé en el «Naranjero» por los alrededores de Pascua, del seis «pa» el siete, digo, y cuando llegó el verano le rebajaron el sueldo a todos los artístas y dije al amo del café, marido ,a lo que fuera de la dueña llamada La Cartagenera: «Antonio, a mi no me rebaja usted el sueldo». «Hombre, es la costumbre, cuando llega el verano, como no se hace «na», pues se les rebaja la mitad del sueldo. «Entonces yo me voy a Andalucía, y en las fiestas de los pueblos voy a ganar en dos días, más que aquí en una semana. Si usted quiere, cuando llegue el invierno nos ponemos de acuerdo y me vengo otra vez». Y en eso quedamos.

Me voy a Sevilla y El Ceniza, picaor que iba con Rafael el Gallo, me llevó una carta de Miguel Borrull diciéndome que se había abierto en Madrid el «Café Fornos» por segunda vez -lo abrieron Tomás Mazzantini, el hermano del célebre Mazzantini, y Bernardo Hierro, otro banderillero de la cuadrilla-. Me Decía Borrull en la carta: «Si usted quiere, véngase; en «Fornos» no entran más artistas que usted, Escacena y Fernando el Herrero». Los tocaores serían él y Luis el Jorobao, que era un hombre «mu» gracioso. «Véngase usted», seguía diciéndome en la carta, «porque aquí va a vivir muy bien y no tiene necesidad de actuar en cafés cantantes ni nada de eso, porque entre «Ios Gabrieles», que está recién abierto, «Fornos» y «Los Burgaleses», tendremos trabajo de sobra». Y me calenté y me dije: Me voy «pa» Madrid.

Todavía no había llegado el invierno. Yo veía que ganaba el dinero con más facilidad que en un café cantante con cuatro cuadros, donde tenía que cantarle a las mujeres «pa» bailar y luego salir a cantar solo, y después las juergas y el mal vino; era morirse o reventar, porque se salía a las once del día y a las ocho de la noche había que estar otra vez allí. A «Fornos» iba entonces toda la aristocracia de España y Europa; se ganaba dinero bien, bien «pa» lo que era la época, porque el hombre que podía asegurar veinte o treinta duros diarios, era una fortuna de manera que me «aveciné» en Madrid y he seguido en Madrid cuarenta y tantos años, sin cantar al público, «na» más que en las reuniones privadas. Así me abría camino. A los cuarenta y tantos años de estar en Madrid, grabé para la Antología de Hispavox, y después empecé a dar la vuelta al mundo, en diez o doce años.

El año once, Chacón se vino de Sevilla a Madrid y me encontré otra vez con él y seguimos nuestra amistad. Después un empresario que llevaba la Compañía de María Guerrero a América todos los años, D. Juan Iglesias, se hizo muy amigo de Chacón por mediación de un hermano de Díaz de' Mendoza, y lo llevó a América. Cuando regresó Chacón estuve con él, en «Fornos» precisamente, lo había yo «buscao mandao» por el Conde Casilla Velasco. Estuvimos de fiesta esa noche. En «Fornos» había unos reservaos que se corrían a todo el salón quitando las paredes de los departamentos, y cuando se enteraron que estaba allí Chacón cantando, empezó a venir la gente y empezó el maitre a quitar por mediación de correderas los tabiques aquellos, que separaban los reservaos y se hizo uno. Total que fue una fiesta bastante buena. y por la mañana le dijo Chacón a Miguel Borrull ya mí: «Vamos a ir, que les invito a almorzar a Los Gabrieles y vamos a ver a Adrián, el amo». Allí nos tropezamos con un señor que era croupier del Casino Militar, amigo nuestro y Chacón contó las cosas que le habían «pasao» en Montevideo y de repente le dije: «Antonio, mañana me voy a afeitar a La Habana». Y no fue broma, no, porque fue un hecho, pero yo lo dije en un «sentío» de broma y Chacón se echó a reir; «Pero, hombre. Joselito». «Lo que le digo, ya lo verá». Cuando se acabó la comida, me despedí de él, todavía seguían creyéndolo broma y me fui a mi casa, en la calle Jacometrezo y le dije a mi mujer: «Prepárame la maleta que me voy «pa» La Habana». No se lo quería creer. Yo tenía una hermana en La Habana, casada con un compadre mío; yo le había «bautizao» a los dos hijos y en vez de llamarle cuñao nos decíamos compadres. Vendí los muebles y nos fuimos mi mujer y yo «pa» Sevilla, a despedirnos de mi madre y de mi familia. Saqué allí el pasaje y en un barquito, que le Ilamaban «Mogador», nos llevaron a Cádiz, donde embarqué.

Y a la Habana se dijo. Estuve allí diez u once meses. No es que me fuera mal, pero tiraba la tierra. La Habana era un paraíso. Me vine pero volví otra vez. Estando otra vez jugando a la malilla. con el Jorobao, el tocaor, Chacón y este mismo señor que era «croupier», les dije: «Mañana me voy a ir a tomar café a La Habana, otra vez». Nadie se lo creía, pero repetí el viaje. Esto ya fue en el año 17. Estando en La Habana, de fiesta con dos toreritos que se habían «criao» conmigo, un tal AIcántara que era novillero en Sevilla y se había hecho en Méjico, «mataor» de toros y un hermano de otro «mataor» que se llamaba Palomar, y que era banderillero y con Hipólito Villa, hermano de Pancho Villa, en un establecimiento del Parque Central, que lo llamaban la Torre del Oro, donde parábamos todos los andaluces. Llegó la autoridad y detuvieron a Hipólito Villa. Estaba «reclamao» por los americanos o qué sé yo, en fin, se lo llevaron. Seguimos bebiendo y preguntándonos «¿qué pasará? ¿qué no pasará?» y me aconsejan: «Por qué no te vas a Méjico, que en Méjico, en la capital, se gana mucho dinero...»

Dejé a mi mujer con mis hermanos, cogí la maleta y al barco se dijo. Al llegar a Veracruz busqué la casa que me habían «recomendao», la pensión de un valenciano. Aquel día Pancho Villa se sentó en el sillón de la República, el país estaba revuelto, pero seguí hasta la ciudad de Méjico, entre voladuras del trenes y de puentes. iLas que pasé hasta que llegué a la capital! Estuve «escondío», como aquel que dice, veintinco o treinta días, hasta que salí «pa» El Paso, Texas, «pa» la frontera de los Estados Unidos, donde tenía un hotel un hermano del banderillero que iba con Alcántara en La Habana, Rafael Palomar. Y luego me fuí a Nueva York, y busqué a mi «cuñao» que era cocinero en un barco y me dieron un pasaje hasta La Habana, donde estuve otros ocho o nueve meses. Cuando me vieron entrar de vuelta aquí en Madrid me preguntaron: «¿Hombre, ya has «tomao» café? ¿vienes a tomar la copa de coñac?»

(continuará)

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